lunes, 26 de abril de 2010

Semana de asueto

Como muchos de ustedes sabrán, esta semana estaré a unos 180 kilómetros de mi casa haciendo un curso (de hecho, en estos momentos lo más seguro es que ande de camino para allá) por lo que no habrá actualizaciones. A la vuelta, el 3 de mayo, prometo contar, aunque sea de forma somera, la experiencia.

viernes, 23 de abril de 2010

Viernes con los hermanos Soledad

The Soledad Brothers es un trio de blues-rock que vio producido su primer álbum por Jack White, de los White Stripes, Racounteurs, etc. A mí casi todo lo que lleva el sello del señor White me intriga, por eso me acerqué a este grupo por primera vez. Una vuelta a las raíces más profundas del rythm m' blues que influyó a los Rolling en sus inicios. Esto es Handle song, del disco debut de esta formación de Ohio:



En su último disco hasta la fecha, The hardest walk, los bros. se animan abriendo un poco más su repertorio y coqueteando abiertamente con otros estilos como el rock, el soul o el funky, pero sin salirse de la senda del blues. Os pongo Good feeling para que comparéis.



Un grupo contemporáneo con reminiscencias del pasado, esperando que tengáis un feliz fin de semana. Consignas y proclamas a comentarios.

lunes, 19 de abril de 2010

De gurúes circunstanciales

La RAE define "gurú" en su segunda acepción como: "Persona a quien se considera maestro o guía espiritual, o a quien se le reconoce autoridad intelectual". Un gurú es una figura religiosa del hinduismo que se puso de moda en los 60 gracias a la ascendencia que estos "maestros espirituales" tuvieron sobre ciertos grupos musicales. Un gurú es, por definición, un guía que comparte su sabiduría para ayudarnos a vivir en paz con nosotros mismos, una tarea bien difícil.

Desde hace muchos meses camino por una carretera imprecisa, rodeada de incertidumbre. Cuando empiezas en ella, todavía cerca del desvío que te lleva a coger estos caminos a menudo de transición, tienes las cosas bastante claras y andas animado por la idea de que todos los senderos llevan a algún sitio. A medida que el cansancio se apodera de las piernas y los ojos no se topan con ninguna señal distintiva, la mente se desorienta y cae, a menudo, en la desazón. En circunstancias así no viene mal un gurú, un alguien que por experiencia, sabiduría o ciencia infusa, te permita vislumbrar un destino más allá de niebla, árboles, cuestas empinadas y charcos imposibles de vadear que vayan surgiendo.

El jueves de la semana pasada, acuciado por la sensación de que el aire no se renueva demasiado en esta ciudad (desventajas de vivir sumido en un valle), preparé una maleta con las circunstancias, eché gasolina al coche y viajé al último refugio seguro conocido: Toledo. La excusa era el ver unos amigos. La razón principal era perderme para encontrarme a mí mismo.

Allí, a través de los ojos de personas que no hace mucho compartían conmigo demasiadas cosas, cogí un poco de aliento. Desde el tranquilo tono de voz del amigo que me invitó a tomar algo en su casa hasta la profunda reflexión de la amiga que pasaba por la tercera celebración de cumpleaños en el mismo día, de todos y cada uno de los encuentros extraje algo. Ahora solo falta seguir caminando un poco más, solo un poco más, quizá un poco más de lo deseable, pero siempre un poco más ligero tras el encuentro revigorizante con un puñado de gurúes involuntarios y circunstanciales.

viernes, 16 de abril de 2010

Otro viernes más

Brant Bjork era el batería del grupo "stoner" Kyuss, una de las bandas menos conocidas y más valoradas por los círculos especializados de los 90. Kyuss, grupo embrionario de la creatividad de Josh Homme, responsable de Queens of the Stone Age y miembro del triunvirato de Them Crooked Vultures, no solo despegó gracias al guitarrista de Palms Spring. De hecho buena parte del éxito de esta banda se debe al prolífico y tímido Bjork, que adoptó el roll de batería porque siempre quiso , aunque en realidad sea multiinstrumentista y no se le dé mal eso de cantar. La conjunción de cuatro músicos: John García (vocalista), el citado Homme (guitarra), Brant Bjork (en la batería) y Nick Oliveri (bajista que sustituyó a Chris Cockrell, amigo del instituto de los tres anteriores y miembro fundacional, pero prefiero citar a Oliveri porque con él Kyuss editó el primero de los dos discos a los que debe su merecida fama: Blues for the red sun) creó las condiciones para que el Stone rock saliese del desierto y se reinstalara en las emisoras.

Al hablar de Kyuss se imaginarán que el vídeo musical de hoy pertenecerá a esta banda. Se equivocan, hoy me voy a centrar en el proyecto personal de Bjork. Esto pertenece a Brant Bjork and the Operators, un disco de 2002:



Este otro pertenece al debut con The Bros, su banda actual. El álbum se llamó Jalamanta. El vídeo pertenece a una actuación en parís en noviembre de 2008, el título de la canción es muy ilustrativo: "Too many chiefs... not enough indians"



Como siempre, cualquier cosa a comentarios. Feliz fin de semana.

martes, 13 de abril de 2010

La Atlántida by Javier Negrete

En el futuro, cuando se enumeren las novelas escritas por este autor nacido en Madrid y afincado en Plasencia desde hace algunos años, Atlántida posiblemente no figurará entre las más brillantes. No se dejen engañar por esta afirmación, no es necesariamente mala. La clave está en que a la hora de escribir esta novela, el autor muy probablemente haya primado una serie de criterios comerciales por encima de otros aspectos. El manuscrito quizá no haya sido tratado con tanto mimo como otras obras, pulidas y cinceladas hasta alcanzar la perfección; pero es que a estas alturas no hace falta demostrar las ya demostradas maneras con las letras de uno de los más entretenidos autores españoles de los últimos tiempos. Atlántida, si se me permite, es el primer intento real de bestseller de este autor y se nota. Las casi seiscientas páginas han sido escritas para cautivar, entretener y encerrar al lector en un laberinto de acción y misterio que oscilan entre el mito y la ciencia. El ritmo del teclado al parir el manuscrito posiblemente haya latido con un ritmo frenético más cercano al que devora novelas con ansia en los asientos del metro que al que degusta párrafos de una novela al vaivén de una mecedora cercana a la chimenea. A falta de datos que corroboren una entusiasta respuesta del público (que es al fin y al cabo lo que otorga a un libro la etiqueta de bestseller), hay que reconocer que tiene todas las trazas para convertirse en uno.



Si Javier Negrete hubiese nacido en Oakland - por ejemplo - y firmara esta Atlántida bajo el nombre de Xavier Blackenette - por ejemplo - tendría la mitad del trabajo hecho. Por alguna extraña razón, el escritor español - en general - y la ciencia ficción - en particular - no existen como relación de éxito para el lector de a pie. Craso error. Tras unos comienzos exitosos en este género desde el punto de vista literario aunque no tanto en lo comercial (varios premios UPC e Ignotus lo atestiguan), y un puñado de aciertos en novela fantástica e histórica (ver crítica de Salamina), Negrete vuelve a la ciencia ficción, empeñado en demostrar que no hay que llamarse Stephen King o Michael Crichton para llevarse el gato al agua en este género. En circunstancias normales, tacharía la empresa de "batalla perdida"; con un argumento como esta novela bajo el brazo, sólo cabe calificarlo de "difícil cometido".

Transcribo el primer párrafo de la sinopsis que aparece en la contraportada:

"Gabriel Espada, un cínico buscavidas sin oficio ni beneficio, quizá el más improbable de los héroes, tiene ante sí una misión: descubrir el secreto de la Atlántida"


A partir de ahí comienza una carrera trepidante para salvar a la humanidad de un más que probable armagedón. Una contrarreloj donde científicos, investigadores de lo oculto, tipos con aspecto mesiánico y dioses olvidados tendrán su papel crucial para conjurar un peligro donde la Atlántida cuenta como clave central del misterio. Una narración vívida e inteligente que aúna futuro y pasado en un notable ejercicio de diversión literaria. Y es que Atlántida cumple con creces con las expectativas que promete, que dado los tiempos que corren ya es bastante. Sirva de referencia la rápida lectura fagocitaria a la que he sometido a este título. En comparación con el tiempo que la anterior ocupó la mesilla de noche (casi 3 meses), Atlántida ha descansado escasas dos semanas despertando un apetito voraz que será muy difícil de saciar... ¿Alguien da más? Como consuelo, la certeza de que la espera por la tercera parte de La Espada de Fuego es cada vez más corta.

lunes, 12 de abril de 2010

El "clásico"

No me gusta hablar de fútbol en este espacio porque bastante contamina ya al resto de ámbitos de la sociedad, robando protagonismo a cosas más importantes y elevándose, con frecuencia, a la categoría de "trascendente" cuando su repercusión real es... menor que un pedo en una discoteca un sábado a las 4 de la mañana. Por eso no voy a hablar de fútbol, voy a hablar de mentiras y cintas de vídeos, el sexo lo dejamos para luego.

El "clásico", esa gran falacia suprarreal con la que nos bombardean hasta la saciedad inventando epítetos hiperbólicos y elevándolo a la categoría de tragedia griega, es uno de los grandes mitos de la sociedad moderna (y, como tal, mentira en su totalidad). Es por eso que suelo evitar el clásico: primero porque como forofo de calle en su acepción más vulgar no me va nada en ello (ni juego a la quiniela, ni echo porras, y para colmo y como a estas alturas la mayoría de mis lectores sabe, soy seguidor de otro equipo); después porque como amante del fútbol en una dimensión estética/artística, un Madrid-Barça es el auténtico antiarte, desvirtuado por los mecanismos propios de la sociedad de consumo y ridiculizado a una caricatura irreverente por la ignorancia generalizada que salpica el raciocinio de ambas aficiones como entidades abstractas y colectivas (no obstante nos movemos en terrenos de la psicología de masas y fenómenos como el fanatismo cuasi-religioso emparentados con la yihad y demás radicalismos socio-políticos).

Aún así, al no tener nada mejor que hacer el sábado, decidí compartir con mi padre algo más de hora y media delante del televisor para comprobar, una vez más, que el mito es fácilmente desmontable. Es curioso. Cualquiera no-aficionado que en su vida haya visto un partido de fútbol y se siente delante del televisor a ver uno de estos clásicos, al escuchar al día siguiente la narración del encuentro en los medios - "especializados" o no - podría llegar a la errónea conclusión de que no sabe de la materia lo suficiente pues su lectura no coincidirá ni en lo más elemental con las crónica varias de diarios y programas varios. Así son los mitos, tan poderosamente arraigados en el imaginario colectivo que llegamos a obviar "detalles" para amoldarlo. Así Messi fue el vencedor de la titánica lucha existente solo en el mito entre los dos jugadores "estandarte". El resultado de esta batalla marcará el irremediable sino de ambos ejércitos al final de la guerra. Los vencedores caminarán triunfantes y los vencidos expiarán su derrota cortando cabezas de supuestos responsables. Una mentira bien engrasada por los únicos vencedores a corto plazo de toda esta pantomima: los medios que viven del cuento.

La realidad: un partido anodino donde un par de acciones de bella factura ejecutadas por un jugador "no mediático" acabaron con un partido carente a efectos reales de la menor trascendencia para el devenir de esta liga y mucho menos de los problemas tangentes que nos asolan día a día. ¿Alguien esperaba otra cosa?

miércoles, 7 de abril de 2010

"El rey de los Beats"

Con este sobrenombre, la generación beatnik coronó a Jack Kerouac como uno de los autores más influyentes del siglo XX. Su temática y su estilo, etiquetado por él mismo como "prosa inmediata" influyó a artistas y escritores posteriores, entre ellos a Bob Dylan. Su influencia incluso salpicó el cine en forma de un "género nuevo" llamado Road movie. Con esta vitola, llevaba tiempo queriendo leer la obra más representativa (o, al menos, la más citada) de este estadounidense descendiente de quebequeses (de hecho, la madre de Kerouac era prima de René Levesque, primer ministro canadiense entre 1976 y 1985). En el camino (On the Road en el original) es la narración de una serie de viajes del este al oeste de los EE.UU. y viceversa. Kerouac, convertido en personaje y narrador de esas aventuras, usa el escrito para aportar pinceladas de una generación iconoclasta que comienza a luchar con timidez contra el "establishment" de los 50. En el camino Kerouac encuentra amigos y personajes, el amor y el desamor, fiestas y más de una noche loca; pero sobretodo, en el camino Kerouac se encuentra a sí mismo en sucesivas ocasiones. Junto con Kerouac, buena parte de este camino estará Neal Cassady, otro icono de la generación beat, el contrapunto y amigo perfecto para la mayoría de las locuras que acontecen en esta novela.

La edición que acaba justo de pasar por mis manos tras un proceso algo lento - empecé a leerlo en Enero - aunque en ningún momento doloroso - pues de haber sido así no lo hubiera terminado -, está basada en el escrito original y no en la edición que fue finalmente publicada en 1957. La portada, en una edición de penguin classics "deluxe", promete que es "rougher, wilder, and racier than the 1957 edition" (es decir, más dura, salvaje y ácida que la que se publicó por primera vez ese año). Esos mismos adjetivos supongo que son los que acercan a personajes como yo a leer la novela, los mismos adjetivos que provocan una sensación de decepción que es comprensible si tenemos en cuenta la década en la que fue escrito. Sin ir más lejos, cuando mi gran amigo Fer años atrás me confesó que lo había leído por fin - en la facultad habíamos hablado varias veces de la importancia de Kerouac para la música de los 60 -, su resumen de la experiencia fue: "No es para tanto".



La obra no cuenta con ningún párrafo (bueno, en realidad consta de un único párrafo sería más correcto). Está escrita de seguido, sin dar un respiro al lector ni para asimilar ninguno de los 5 libros (divisiones establecidas por el propio escritor) que suelen coincidir con un viaje transnacional. La sensación es que Kerouac el personaje siempre está en la carretera, movido por un resorte que le impide permanecer quieto en Nueva York o Denver o San Francisco, principales escenarios de esta "Road novel". La carretera sirve a Kerouac, excelente narrador y esforzado poeta, para componer un collage de paisajes, situaciones, personajes y reflexiones que trascienden más allá del papel (no obstante está considerado como un manifiesto de culto por toda una generación). El problema es la vigencia del espíritu que poseía este manuscrito y que para la época sería hasta "trasgresor". Estableciendo un paralelismo, On the road the Kerouac, como libro precursor que amalgama una variable significativa de alternativas del denominado "sueño americano", resulta ingenuo si se compara con, por ejemplo, Fear and Loathing in Las Vegas (Miedo y asco en Las Vegas) de Hunter S. Thompson (una novela que, por otra parte, recoge en gran parte esa tradición de Road Novel que Kerouac puso en marcha como algo genuínamente americano).

Al margen de estas consideraciones se trata de una novela para disfrutar del estilo, para maravillarse con páginas y páginas impregnadas de poesía agridulce y melancólica, de radiografías acríticas de ese gran país llamado Estados Unidos que desde aquí se ve como un todo, pero que desde dentro es un puzzle compuesto por piezas tan diferentes que resulta curioso como a día de hoy sigue completo. Como otro amigo me dijo una vez: "Al menos podemos decir que lo hemos leído". Y es que hay lecturas que en determinados círculos siempre dan caché.

lunes, 5 de abril de 2010

Pasaporte

El sábado, para salir por la noche, cogí una especie de chaqueta de entretiempo impermeable porque había estado lloviendo a ratos por la tarde. De haber sabido que aquel sábado (yo) moriría en domingo para no resucitar ni dos días después pese a lo señalado de las fechas, me habría quedado en casa, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que justo antes de salir por la puerta eché mano a los bolsillos, una costumbre heredada de cuando era un crío. Entonces llenaba cada bolsillo con multitud de enseres, para someterme posteriormente al "cacheo" de mi padre antes de salir de casa. Esa imagen de la infancia ha desembocado en un curioso ritual: reviso los bolsillos antes de salir, por si se me olvida algo y para dejar en tierra algún posible polizón de anteriores aventuras. El sábado al realizar el ritual encontré en el bolsillo derecho del citado chaquetón mi pasaporte, el nuevo y reluciente pasaporte que tras la renovación en diciembre "por si las moscas" guardo en uno de los cajones de la mesilla y que había sacado a pasear en una visita de rigor para formalizar ciertos papeleos de cierta boda de cierto allegado. Como el DNI está caducado, llevé el pasaporte por si requerían de algún documento legal de validación.

La obtención del pasaporte fue como la consecución de un mito. No tuve uno hasta los 23 años, cuando por recomendación me lo hice para largarme de Erasmus a Dinamarca. Hasta ese momento solo algún amigo de esos que viajaba tenía uno (un círculo muy reducido entonces, pero algo mayor que el que yo consideraba merecedor de pleno derecho cuando era apenas un zagal: espías, agentes secretos y McGyver).

A día de hoy el pasaporte sigue siendo un imponente cofre que atesora anhelos, una llave que posibilita abrir innumerables puertas en el mejor de los casos (aunque siempre hay candados administrativos que coartan la libertad, como cierta compañera sentimental de cierto amigo que no pudo viajar a cierto sitio porque hay países que juegan a un doble juego, en este caso el de miembros de la UE para lo que les interesa - y ya habrán todos adivinado que hablo del Reino Unido en su vertiente más euroescéptica e inglesa). Por eso el sábado, cuando mis dedos se toparon en el bolsillo con cierto bulto rectangular de tapas duras, noté un latigazo de alivio recorriéndome de parte a parte, como el que ve como se le cierra la puerta de casa estando regando las plantas y luego cae en que, afortunadamente, llevaba las llaves encima.