lunes, 22 de noviembre de 2010

Amor a tercera vista

Nunca he creído en el amor a primera vista. Como ser racional cuyos deseos se hallan perfectamente contenidos en salas de hermética lógica, amar a primera vista sería como adquirir un artículo sin detenerse a evaluar sus ventajas e inconvenientes o sin comparar precios entre establecimientos ni tener en cuenta objetos de similares prestaciones. Ni a primera ni a segunda vista... Más bien la expresión, desde mi punto de vista, designa un encaprichamiento más o menos fortuito e incompatible con mi forma de ser.

O eso pensaba, porque, si bien es cierto que sigo sin creer en el amor a primera vista, he de confesar que no hace mucho experimenté algo parecido a lo que el imaginario colectivo entiende por "amor",aunque en mi caso sea a tercera vista. Sintonía y yo coincidimos en uno de esos cursos que la gente toma para mantener la mente ocupada. No es que mi mente necesite distracciones, pero mis allegados insistieron en que tomara tal curso por tratarse de una oportunidad para "socializar", algo que, en su opinión, necesito en dosis abundantes.


Sintonía, nombre ridículo donde los haya, producto sin duda de un encaprichamiento maternal en una época donde la experimentación se abrazaba sin ambages hasta para poner nombre a los vástagos. Nombre atípico que ha ido atemperándoseme con el tiempo, perdiendo así su agriedad sinestésica. Pero no fue la repetición de su nombre a modo de mantra lo que suavizó las poliédricas esquinas del fonema "Sintonía". No, eso vino después, mucho después de entender lo que me pasaba. Esa autoconciencia se tomó su tiempo para iluminar mi entendimiento y quitar un ligero peso de encima, el mismo peso derivado de no entender los cambios que en mí se operaban.

En el exhaustivo y pormenorizado análisis de cada hecho, he llegado a la conclusión de que todo empezó al tercer encuentro, cuando Sinto, como comencé a llamarla a medida que la familiaridad limó la terminación de su nombre, se sentó justo delante mío y justo en la tercera lección. En un descuido, desvié momentáneamente el foco de mi atención del profesor y fuí a reparar en el embrujado resquicio de la camiseta holgada por donde un tímido lunar aparecía y desaparecía de forma intermitente de entre la cristalina piel de Sintonía. Podría culpar al profesor y su aburrida explicación de los sucesos que se desencadenaron aquel día, pero eso equivaldría a no hacer justicia al minúsculo lunar en la parte posterior del hombro izquierdo que, como la luna nueva, aparecía y desaparecía en la suave y sedosa noche de la piel de Sintonía. El resto vino solo, por asociación.


Cerrar los ojos y ver el lunar y pensar en el gracioso pliegue de su cuello cuando gira la cabeza, e imaginar el turbador contacto que producirían los cabellos amotinados que a veces escapan del moño improvisado con que acude a clase, y visualizar la franca sonrisa que es un puzzle perfecto de dientes ingrávidos a la par que una muralla inexpugnable de candidez nacarada, y sentir sus ojos enormes y redondos como avellanas recién caídas del árbol destiladas en un cálido licor de un amargor adormilante. La lógica pierde consistencia cuando cierro los ojos de un tiempo a esta parte porque a la noche que sucede la ausencia de luz procede, inexorablemente, el minúsculo lunar de Sintonía.

Y así, dominado desde tiempos inmemoriales por las leyes de la razón y la lógica, ahora empleo largas temporadas en sesudas elucubraciones sobre la conveniencia de trasmitir a la implicada este cambio de convicciones tan profundo que la imprevisible visión de aquel día me produjo. Porque seamos objetivos por un momento: la irrepetible combinación de elementos que han provocado lo que he llegado a denominar "el desarrollo de un conato de amor a tercera vista" es altamente improbable que encuentre una respuesta recíprocra en la hasta-hace-bien-poco-invisible-a-mis-sentidos-pero-ahora-indeleble-obsesión Sintonía.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

En el tintero

Recojo una enunciación que el señor Emeshing ha dejado en su blog con el título Las reglas del periodismo de hoy. En su post, Emeshing se hace eco de la traducción al catalán de una lista de 9 principios enunciados por David Schlesinger, editor jefe de Reuters, en un interesante artículo (está en inglés):

1. Conocer la historia no es suficiente.
2. Explicar la historia es sólo el principio.
3. La conversación sobre la historia es tan importante como la historia misma.
4. Cuanto más trates de ser paternalista y autoritario, menos te creerá la gente.
5. Cuanto más cedas el control al público, más gente te respetará.
6. Cuanto más adoptes las nuevas tecnologías como una plataforma, más competitivas serán tus ideas.
7. Cuanto más evites todo el que no sea sin rotro y sin carácter, más podrás organizar tu agenda.
8. Cuanto más quieras ir más allá de la historia, más valor tendrá lo que hacer.
9. Si tienes valor y nadie más lo tiene, entonces la gente te pagará.


Al margen de la importancia o no que estas máximas lanzadas a botepronto puedan tener, me parece más importante la idea central que Schlesinger desarrolla a lo largo de su escrito: que el periodismo está cambiando. Esto, de lo que somos conscientes no solo los periodistas, lleva a tímidos conatos de autocrítica y reflexión desde lugares dispersos de la profesión. Schlesinger habla de un argumento muy recurrente: que "la profesión periodística esta perdiendo tanto su valor como el respeto". Cita el hecho de que la irrupción de las redes sociales ha provocado que la gente recurra a los amigos - reales o virtuales -, en definitiva, a su comunidad, para recibir información, opiniones, respaldo a sus propias creencias o, incluso, iluminación antes que tirar de los medios tradicionales que han perdido mucha credibilidad. En palabras de Schlesinger, "la tecnología ha creado un nuevo concepto de comunidad y ha dado a esa comunidad nuevos poderes para informar y conectar". Hace poco un amigo me confesó que miraba mis notificaciones de facebook y mi blog como fuente de información complementaria. Imagínense el cargo de conciencia. No pude decirle que no estaba preparado para ser un líder de opinión, le hubiera partido el corazón.

El editor jefe de Reuters pone como ejemplo de fracaso periodístico el seguimiento de la crisis financiera por los medios tradicionales. Nuevamente recurro a la cita textual: "Los argumentos sobre si los hechos reales de los orígenes de la crisis financiera habían sido adecuadamente transmitidos al gran público son, en última instancia, irrelevantes. Los hechos estaban ahí. Pero no se contaron de una forma lo suficientemente persuasiva o con la suficiente fuerza como para cambiar el curso de los acontecimientos". Porque, no olvidemos, que el periodismo, en última instancia y hasta hace no mucho buscaba cambiar el curso de los acontecimientos, una potencialidad que le llevó a ser denominado el cuarto poder, justo cuando tenía un impacto tremendo en la vida política de naciones - recordemos el importante papel de diferentes publicaciones en la caída del Antiguo Régimen o en las diversas revoluciones ocurridas en los siglos XIX y XX... todo ello antes de que el poder económico lo fagocitara de forma eficiente, como el pie aplasta la cucaracha. En ese sentido sorprende que ahora,en lugar de agitar, los medios administren determinadas informaciones como si de dosis de prozac se trataran.


Schlesinger también habla de un elemento central en el nuevo periodismo ligado a la tecnología: la complementariedad absoluta que el lector puede otorgar a la información a través del feedback en tiempo real (esto es, los comentarios). Las redes sociales y las publicaciones y emisiones en Internet incorporan el feedback instantaneo, una nueva forma de relación bidireccional con las audiencias. Un ejemplo en boga de esto: las "charlas con..." que las diferentes publicaciones ofrecen por internet, donde el lector se convierte en entrevistador. Los comentarios, esa novedosa aportación de la audiencia al proceso productivo de contenidos por parte de los medios de comunicación. Algunos son auténticas gilipolleces, pero a veces un comentario revela datos más contrastados e interesantes, opiniones mejor formadas que lo que el periodista escribe en el artículo o en la noticia de turno. Eso entraña un peligro. ¿Qué credibilidad va a tener un periodista al que cualquier lector puede dejar en evidencia en tiempo real - siempre y cuando la censura en forma de moderador del foro no esté atenta?

En el caso de la reflexión de Schlesinger, esto también sucede. Uno de sus lectores, photojourno, postea el 16 de Octubre de 2010 a las 5:04 am un comentario que es casi más interesante que el propio artículo (por si queréis consultarlo los que sepáis inglés). La lucidez del mismo sobrepasa con creces el ejercicio intelectual del editor jefe de Reuters, algo que cada vez se ve más en los medios (por diversas razones que podemos entrar a discutir si os parece más adelante). La crítica del comentarista está en la primera línea y expone las miserias del artículo de Schlesinger: "David, aunque estás en lo cierto, ni una sola coma de este artículo tiene valor alguno a la hora de predecir el futuro del periodismo". En efecto, esas 9 máximas con las que se puede comulgar o no, para nada atacan un problema que es mucho más hondo y profundo: el de "la crisis del periodismo". Un problema que no viene de ahora, dura ya unos cuantos años. Como apunta no sin cierta ironía photojourno al final de su comentario: "Quizá sea hora de que leas 'La rebelión de las masas' de Ortega y Gasset. Ese tiempo ha llegado, solo que no ha sido una rebelión, ha sido toda una revolución y nadie se ha dado cuenta porque estaban demasiado ocupados refrescando su página de Facebook". ¡Zas, en toda la boca!


En efecto, la revolución en los medios ha llegado, lo que pasa es que los medios (y lo que es más triste, los periodistas, salvo honrosas excepciones) se han quedado en fuera de juego. La superabundancia de gurús en materia de "nuevo periodismo" (solo hay que abrirse una cuenta de twitter, sondear, y saldrán a patadas) y la ausencia de instituciones legitimas que planteen soluciones (no hay colegios profesionales, las asociaciones de la prensa carecen de los mecanismo y/o la voluntad para ejercer una labor de liderazgo real) no ayudan a los desnortados periodistas que entienden que esto está cambiando pero no aciertan a hacerse cargo de la situación. Oyen "blog" y se abren un blog. Oyen "twitter" y se abren un twitter. A cada acción hay una reacción, pero no una reflexión entre medias y mientras tanto el periodismo como institución sigue perdiendo credibilidad, valor, veracidad, eficacia... a los ojos del ciudadano de a pie. El periodista ha pasado en tiempo récord de ser héroe a sospechoso villano de este serial.

Luego está la cuestionable formación periodística de nuestro país (los buenos periodistas, que haberlos haylos, suelen suplir esto con autodidactismo; desgraciadamente aquí confundimos buen comunicador, buena presencia, periodista con trabajo visible y buen periodista), la falta de control en el número de licenciados - y la aparente "polivalencia" de titulados en otras especialidades cercanas como audiovisuales, publicidad, humanidades... -, el intrusismo profesional propiciado por una falta de colegiamiento - y fomentada por los grandes medios de nuestro país con sus "masteres de periodismo" -, la falta de especialización, la falta de espacios relevantes para el periodismo serio independiente... son solo algunos de los síntomas de un cuadro vírico extremadamente complejo que asola la profesión desde hace algún tiempo. Es sencillo, tiene que ver con lo que los economistas llaman "el poder de la escasez". Si hay muchos periodistas - y si encima están disgregados - es fácil desarticular su influencia. Conozco a muchos compañeros que no paran de quejarse por las condiciones laborales en las que se encuentran, la mayoría de los que trabajan en este mundo en realidad lo hacen, pero conozco aún a más periodistas, entre los que me incluyo, que no les importaría acceder a un puesto de trabajo con esas condiciones porque están sin empleo en la actualidad. ¿Le encuentran la lógica? Ahora sitúense en la piel de un dirigente político o un alto magnate y quizá entiendan por qué cada vez menos se practica el "periodismo de investigación" en este país. Con este bonito ejercicio quizá acaben por aplaudir como yo un sistema que amordaza de forma legal y democrática una de las vías tradicionales de control de la que disponía el propio sistema: el periodismo.

Estos 9 consejos del señor Schlesinger, pues, me temo que son tan útiles como una tirita para tapar una vía de agua que no para de aumentar de tamaño.

jueves, 11 de noviembre de 2010

(Ir)responsabilidad social

La Responsabilidad Social Corporativa (también conocida como RSC) puede definirse como "la contribución activa y voluntaria al mejoramiento social, económico y ambiental por parte de las empresas, generalmente con el objetivo de mejorar su situación competitiva y valorativa y su valor añadido". Nótese la palabra "fin" y los citados objetivos, para ver que nadie da duros a pesetas como solía decirse, o euros a 50 céntimos, si actualizamos la metáfora. Este término, que oí por primera vez de labios de la ex de un ex-amigo (?) estando como currante en Europa Press (también conocida como EP), tan sexy ella como intocable hasta ser ex, tan misteriosa como huidiza una vez asumió el altisonante prefijo, es la forma de las empresas de intentar lavar su imagen a través de supuestas acciones que revierten en la sociedad lo que éstas toman de ellas.

Lo que me interesa del término son las primeras dos palabras "responsabilidad social". Como concepto engloba una serie de principios que todos deberíamos tener claros pero que muy pocos tenemos. Entiendo la responsabilidad social como conjunto de deberes y lealtades que debemos al conjunto de los que nos rodean por el mero hecho de dejarnos formar parte de una compleja red de relaciones de la que nos beneficiamos. "Quid pro quo", tomar algo a cambio de dar algo. Un concepto que en una sociedad globalizada debería hacerse extensivo a todo el conjunto del género humano en cualquiera de sus extensiones. Un principio que debería ir fijado a nociones como "respeto a los demás", "libertades individuales" y demás. Interesante utopía.



En la actualidad me hallo inmerso en la elaboración de un simple ejercicio por escrito, un "trabajo", sobre las herramientas para medir la pobreza. El ejercicio consiste en coger dos países (en mi caso Ruanda y Rep. Dem. del Congo) y establecer una comparativa. Como resultado de este ejercicio, últimamente he estado leyendo mucho sobre Ruanda (es un ejercicio por parejas y en la división del trabajo me ha tocado en suerte este país). Ruanda, ese país que os sonará porque allá por 1994 se produjo uno de los genocidios más brutales y salvajes de los últimos tiempos. Hasta hay un puñado de películas que lo relatan, quizá no tantas como las que existen sobre el "holocausto judío", pero algo es algo. Una de las fuentes que he usado es la página oficial del gobierno de Ruanda, donde, entre otras cosas, se da una panorámica de la historia del país desde antes de su independencia oficial en la década de los 60. En esa breve descripción histórica elaborada por el gobierno de Ruanda, se señala la influencia colonial belga como una de las causas primigenias de que en un reino tradicional de castas acabara por estallar con los años una brutal campaña de limpieza étnica, solo comparable a la ejercida en los Balcanes, en latinoamérica con los indígenas, en el "medio oriente" con los kurdos o, si se quiere, en Europa central con los judíos - y otras etnias - durante la hegemonía nazi.

15 años después no tengo constancia ni memoria de que los civilizados países occidentales, con Bélgica a la cabeza, hayan pedido perdón o reconocido su culpa ante esta masacre. Ni los sucesivos gobernantes han dado el paso ni los ciudadanos hemos solicitado que se dé. En unas fechas en las que se acusa al gobierno español de falta de dureza frente a los incidentes violentos protagonizados por Marruecos en el Aaiún quizá cabría preguntarse si la culpa no es de nosotros, los ciudadanos que conformamos la sociedad española, por no exigir firmemente a nuestro gobierno que sea, a su vez, firme con Marruecos. Lo mismo cabría preguntarse si la culpa de que Garzón esté todavía en el limbo jurídico por haber intentado aplicar para aquí lo que ya aplicó para Argentina o Chile, esto es, justicia frente a crímenes cometidos contra la humanidad no la tenemos los que no hemos exigido firmemente que se deje en paz a Garzón. Y ya, por extensión, me pregunto si la causa de que haya paro, corrupción, difícil acceso a la vivienda, contaminación, recorte de derechos sociales, etc. no esté en nuestra elusiva naturaleza que nos lleva a escondernos ante esta Responsabilidad Social de la que hablo.



La última semana gracias a un excepcional trabajo de Jordi Évole y su equipo se ha estado hablando del posible fin de ETA. Tras ver el programa completo, una de las ideas que se me quedó es que, por encima de treguas y partidos políticos, la principal causante de que ETA se halla replanteado su actividad han sido los ciudadanos de Euskadi. En caso de que se llegue al fin de esta situación, las medallas se las colgarán unos u otros, pero todos debemos tener en cuenta que la labor de colectivos como el Foro de Ermua, asociaciones de víctimas y, en general, el pueblo vasco serán los verdaderos responsables de ese cambio de actitud. Eso no se nos debería olvidar. Debería quedar siempre presente en la memoria que no fué hasta que millones de personas se echaron a la calle tras el secuestro de Miguel Ángel Blanco que ETA no empezó a sentir el desgaste de la deslegitimación. Poco a poco han sido los vascos los que, más allá de leyes antiterroristas y conceptos etéreos y manidos como el de "Estado de derecho", han puesto a ETA en una situación entre la espada y la pared.

A lo que voy es que convendría plantearse nuestro papel como ciudadanos "de pleno derecho" y reflexionar si con pagar la seguridad social, los impuestos e ir a votar quedan saldadas todas las cuentas personales contraídas con los que nos rodean desde el primer momento en que vivimos en sociedad. Mientras llegue ese día, poco podemos esperar que con los mecanismos actuales las instituciones expresen, realmente, la voluntad popular.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Road Trip IV (y final)

(Viene de aquí)

La culpa era de Isobel Fitzerald, por hacer lo que hizo aquel verano con 13 años. Sam y Kyle habían respondido a la bravuconada de Liam. “¿Qué os jugáis a que antes de que acabe el verano Isobel será mi novia?”. ¿Quién iba a pensar que la dulce Fitzerald acabaría por besar al tosco Liam? Kyle apostó 20 libras, sus ahorros, en contra. Sam fue más allá y apostó el medallón de San Fermín que su abuela Mina, española de nacimiento y exiliada - según ella por amor, según su madre por motivos políticos -, le había dado tiempo atrás. “Mi papá me llamó así por él” le confesó la anciana cuando le dio el medallón. Sam se pasaba el tiempo hablándole a sus amigos de su abuela y del medallón y de España y de Pamplona. Les hablaba de cómo correría de mayor delante de los toros. Kyle y Liam querían ver aquello. Isobel besó a Liam y fue su novia un mes. Luego se volvió a Dublín y los amigos se quedaron en Malahide, cuando 16 kilómetros era todo un mundo. Sam aludió a cuestiones de honor cuando Liam no quiso aceptar el medallón. Entre los dos alcanzaron un pacto de caballeros: Liam lo devolvería tan pronto como fueran juntos a Pamplona.

La culpa era de Isobel Fitzerald, sí, pero también de Sam por acercarse al agua sin miedo, por caerse al río, por no resistirse a la muerte, por dejarle solo esperando a que volviera de ese viaje que duraba ya 15 años. La culpa era de Liam, por no haberle sujetado a tiempo, por no haberle podido rescatar cuando saltó al agua. De Liam y de él mismo, que había decidido irse a Francia en lugar de quedarse con sus amigos. De haberse quedado, quizá Sam no se hubiera caído. Fuera de quien fuera la culpa, allí estaban los dos, niños treintañeros que habían sobrevivido con mayor o menor éxito a los caprichos de la existencia. Allí estaban los dos, de pie, junto al árbol donde acababan de enterrar el medallón de la abuela de Sam. Dos extranjeros, dos guiris borrachos de ojos húmedos en pleno homenaje a un amigo de la infancia muerto. Liam y Kyle se abrazaron, entonaron un suspiro al unísono y volvieron al hotel.

A la mañana siguiente, después de un buen desayuno, visitaron la ciudadela, el monumento al encierro y los restos de la muralla. Luego condujeron hasta Bilbao. Allí visitaron el Guggenheim y el casco de la ciudad. Cuando los dos se separaron, lo hicieron con efusividad, una despedida plagada de buenos deseos y de planes para verse en poco tiempo; planes que ninguno estaba seguro fuera a cumplir. Liam volvería a Madrid a su labor de corresponsal de la cadena de noticias estadounidense para la que trabajaba. Kyle volvería a Malahide, con Cathy y sus dos hijos, la diminuta Eileen y el pequeño Sam, para los que pronto tendría que inventar nuevos apelativos.

martes, 9 de noviembre de 2010

Road Trip III

(Viene de aquí)

Por fin llegaron al destino. Dejaron el coche en un parking del centro y fueron caminando hacia el hotel. En su primer contacto con la ciudad, Kyle pensó que era agradable. Las calles elegantemente empedradas, la coqueta iluminación y el persistente olor a quemado por todos los rincones - olor a castañas asadas según le había confirmado Liam – le parecieron de un encanto acogedor. Llegaron al hotel, se registraron, dejaron el grueso del equipaje en la habitación y fueron a investigar la ciudad. En la recepción, Liam pidió un mapa haciendo gala de los progresos que casi siete años en el país le habían permitido con el idioma. Tras estudiarlo detenidamente señaló con determinación un punto.

- ¡Aquí! No está lejos. Podemos dar un paseo alrededor y ver un poco, lo que las horas de luz nos permitan. Luego cenamos, vamos a eso y mañana terminamos de visitar la ciudad. ¿Cuándo tienes que coger el avión?

- Dentro de tres días. A las cuatro de la tarde.

Recorrieron las calles del centro acompañados de una ligera lluvia. A cada paso Liam le explicaba alguna peculiaridad de la ciudad, de sus gentes, de las costumbres o de su fiesta grande: los Sanfermines. Visitaron la fachada del ayuntamiento y Liam le habló del txupinazo y de cómo la gente se agolpaba en la diminuta plaza donde se encontraban para oír las palabras rituales que daban inicio a las celebraciones. Recorrieron el itinerario que los toros y los corredores hacían. Hablaron de Hemingway y de cómo éste había puesto en el mapa aquella ciudad para la mayoría de los angloparlantes. Eligieron un restaurante al azar y se entregaron con pasión a la degustación del vino y los manjares de la tierra. Liam volvió a tirar de sapiencia e ilustró a Kyle con particularidades de la situación política en la región. Kyle por su parte puso sobre la mesa el tema de las corridas de toros, lo que él consideraba maltrato a animales, y la estúpida pasión humana por correr riesgos innecesarios.

Liam sonrió, soltó el decálogo del amante de la fiesta taurina dejando claro que su posición era ambigua al respecto y acabó por alabar la belleza de las mujeres del norte de España. Cada conversación era regada con generosidad por vinos elegidos de la carta. El homenaje acabó con una copa de patxarán por exigencias del icónico anfitrión. Pidieron la cuenta y se marcharon. El fresco de la noche les despejó un poco mientras, con pasos etílicos, caminaban poco a poco hacia la plaza de toros.

(Continuará)

viernes, 5 de noviembre de 2010

Ain't got no

Seguimos de revival de música negra. Si la semana pasada le tocó el turno a uno de los maestros del contrabajo jazzístico, Charles Mingus, un músico comprometido con el movimiento negro; esta semana le toca el turno a la gran Nina Simone.



Este clásico de la música estadounidense, que se re-popularizó hace unos años gracias a un anuncio de coches, está incluido versionado por Jim Guthrie en la recopilación de Octubre de spotify: October... and now what?. Además podréis encontrar a Micah P. Hinson, Calexico, Primal Scream o Wilco.


Feliz fin de semana a todos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Señora de

Cortesía de una amiga insistente, un trailer de entre los estrenos que mañana poblarán las carteleras de nuestros cines. Un documental que lleva por título Señora de, de la realizadora Patricia Ferreira, directora de El alquimista impaciente entre otras películas. Una cinta en la que mujeres hablan de cómo, hasta hace bien poco, para ellas era imposible decidir sus destinos:



Pelicula de cine por Filmtrailer.com

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Road Trip II

(Viene de aquí)

Cuatrocientos cincuenta kilómetros aproximadamente, un poco más de cinco horas, separaban Madrid de su destino. Tiempo suficiente para ponerse al día. Hacía casi cinco años que Liam no veía a su amigo de la infancia. Desde que Kyle se casara con su novia de la universidad. Liam la conoció en la boda. Le pareció una chica simpática. Tampoco tuvo oportunidad de hablar mucho con ella. Vió al bueno de Kyle feliz y eso era lo importante.

- ¿Qué tal la vida en pareja? Si te soy sincero, me sorprende que hayas podido venir sin ninguna pega

- En realidad Cathy es bastante permisiva y bueno, no creo que muchas personas puedan negarse ante algo así, ¿no crees? – Liam recordó que se llamaba Catherine y que tenía los ojos verdes.

- ¿Se lo has contado? Es algo bastante personal… Si estuviera casado y todo eso supongo que lo diría, pero también supongo que no tengo ni idea de lo que estoy hablando… Difícil llegar a un grado de intimidad cuando vives en un continuo carrusel afectivo.

- Bueno, alguien tenía que quedarse a cuidar de los niños. Le expliqué lo que iba a hacer y lo entendió. Me dijo que ya se cobraría un fin de semana con las chicas. Además, es poco tiempo. Tres o cuatro días. Hay viajes con la empresa que duran más. ¿Entonces ya no estás con la chica esa? Parecía maja.

- ¿Con quién? ¿Alba? ¿La chica que llevé a tu boda? No, se cansó de esperar. Estuvimos casi cinco años con idas y venidas. Era una de esas españolas tradicionales. Olvidé ofrecerle un anillo y se buscó a otro. Se casó el mes pasado. Desde entonces, bueno, ya sabes, probando de aquí y allá. Supongo que en el fondo me apetece sentar la cabeza, pero es complicado.

- ¿Seguirás en Europa mucho tiempo? ¿No pueden enviarte de vuelta?

- Sí, con el tiempo lo harán, pero de momento me quieren aquí y yo encantado. Amigo, llevo una vida muy tranquila. He hecho grandes amigos y, bueno, el hecho de no ser estadounidense me abre puertas. A nadie le gustan los engreídos corresponsales yankis.

Aquí desplegó su sonrisa cegando cualquier tipo de prospección ulterior.
- Por cierto, ¿quieres que paremos a comer? Desde que he abrazado estos horarios bárbaros, siempre olvido que la buena gente de Irlanda no come tan tarde.

- Como quieras. Estoy bien. ¿El hecho de venir a España tuvo que ver con lo que le pasó a Sam?

Liam miró entre sorprendido y asustado por la pregunta. Tanta sinceridad le había cogido con la guardia baja. No tuvo tiempo ni de sacar su sonrisa a relucir. Kyle lo miró a los ojos pero Liam no estaba allí, se había encerrado en sí mismo para buscar una respuesta que no conocía. Pararon en un restaurante de carretera. Liam volvió temporalmente.

- Dicen que si en un restaurante de este tipo ves muchos camiones aparcados es sinónimo de que se come barato y bien. - Esta vez la sonrisa sí apareció. – Entremos, ya tendremos tiempo de derrochar más adelante.
Pidieron dos menús por veinte euros. Kyle pensó que era mucha comida. Pidieron también vino. Liam comentó que pasarían cerca de una región con buenos caldos. Kyle objetó sonriente que un buen irlandés se debía a la cerveza y a algún que otro whisky ocasional. Tomaron café sin postre y continuaron con el viaje.

La apacible vida de Kyle y Liam cambió un verano. La época estival siempre había marcado su relación. Se conocieron un verano en Malahide. La familia de Liam se mudó a la casa de al lado. Sam y Kyle pronto lo adoptaron. Desde entonces fueron inseparables. Cuando cumplieron 18, Liam decidió irse a estudiar a EE.UU. Allí tenía familia y había conseguido una beca en una universidad. Kyle se quedaría en Malahide y estudiaría en Dublín y Sam, bueno, Sam había decidido no seguir estudiando. Ese mismo verano empezó a trabajar en un almacén. De hecho llevaba poco tiempo trabajando cuando ocurrió aquello. Kyle no estaba en Irlanda por aquel entonces. Se había ido a Francia a perfeccionar el idioma. Liam y Sam salieron una noche por Dublín, bebieron bastante y Sam acabó ahogándose en el Liffey. Kyle no supo nada hasta que volvió de Calais, tampoco preguntó los detalles. Para entonces Liam estaba con las maletas preparadas. Solo tuvieron tiempo de abrazarse y despedirse. Liam cruzó el charco y Kyle se quedó para empezar un nuevo curso con la sensación de que Sam aparecería de un momento a otro, como si solo hubiera salido de la ciudad unos días.

...(Continuará)

martes, 2 de noviembre de 2010

Road Trip I

Un poco aturdido, accedió a la pasarela de desembarque siguiendo al resto de pasajeros. El “hasta luego” de las azafatas le sonó amortiguado, como un eco sordo. Cada vez que viajaba en avión se le taponaban los oídos. Era algo que no podía evitar. Recorrió un laberinto de escaleras y pasillos hasta que de forma inconsciente llegó al carrusel del equipaje. La sonrisa indulgente de la chica del mostrador en Dublín le vino a la mente. Aunque solo viajaba con una pequeña maleta, no pudo facturarla como equipaje de mano. “Reglas de la compañía” dejó caer a plomo la chica, eso sí, sin abandonar la sonrisa. Liam Whitmore habría sido capaz de colarles la maleta. Liam Whitmore había sido capaz de besar a la dulce Isobel Fitzerald aquel verano ante las miradas atentas de Sam Connary y de Kyle O’Neill. El bueno de Kyle O’Neill asintió con sorda resignación ante el codazo de Sam Connary. Con la misma resignación el bueno de Kyle esperaba, veinte años después, a que saliera la dichosa maleta.

Arrastraba la maleta con parsimonia mientras trataba de que el abrigo no se le cayera del antebrazo. Hacía demasiado calor en Madrid para llevar abrigo. Liam le podía haber avisado. Conociendo a Liam, también podría haber mirado la previsión meteorológica. A lo lejos lo divisó. De pie, al lado de un grupo de chóferes portando carteles con diferentes nombres, estaba el viejo Liam, con el pelo concienzudamente desordenado, gafas de sol, jersey, vaqueros, el Times debajo del brazo y la misma sonrisa que lució gran parte de aquel verano que logró robar un beso a la dulce Isobel Fitzerald. Sam adoraba esa sonrisa y Kyle había aprendido, con el tiempo, a identificarla como el paraguas burlón que Liam usaba para protegerse de las inclemencias de la vida. Liam también sacaba a pasear esa sonrisa cuando hacía las veces de anfitrión.

- Kyle, estás horrible. ¿Y dónde vas con ese abrigo? Estás en España, amigo – le espetó mientras le abrazaba con verdadera camaradería

- Ahórrate los cumplidos. En cuanto a lo del abrigo, bueno, digamos que nadie me avisó del calor que hacía por aquí abajo.

Liam se encogió de hombros, se puso las gafas a modo de diadema, cogió la maleta y se dirigió a la salida. Kyle lo siguió hasta el coche.

- Por cierto. ¿No podríamos habernos encontrado en Bilbao?

- Seguramente, pero entonces te perderías lo mejor del viaje.

...(Continuará)