miércoles, 16 de marzo de 2011

De Territorio Comanche y heroínas de papel

Tengo que dejar de leer a Pérez-Reverte. A falta de la opinión de un facultativo, desde que comencé con gusto a leer el primer ejemplar del Capitán Alatriste y hasta hoy (inmerso en la lectura del quinto: El Caballero del jubón amarillo) toda vez que me acerco a un periódico o un informativo, se me tuerce el gesto con un mohín de puro cinismo. Para mí que es pérezrevertitis, una aún desconocida enfermedad que provoca hacer reflexiones como la siguiente.

En la exposición incontrolada a las aventuras del último arquetipo quintaesencial de la vieja España, el "capitán" Diego Alatriste, hice una parada en Territorio Comanche (1994), una ligera y mordaz reflexión sobre el reporterismo de guerra en un contexto que parece olvidado ya por el imaginario colectivo, muy ducho en eso de recordar eventos celebrando aniversarios mientras soterra otros en virtud de un minucioso etiquetado de "catástrofes" de primera, segunda y tercera.


Como decía, llevaba queriendo leer el libro desde mis años mozos en los que barajaba acercarme a una facultad de periodismo como alto previo a mi tosco sueño de convertirme en corresponsal de guerra. Nuevamente culpa del señor Reverte (entre otros) que casco, chaleco antibalas y micrófono mediante salpimentara las sobremesas, con sus crónicas desde lugares calientes con silbidos de balas anónimas por ambientación. Convendrán que es una imagen demasiado romántica como para no calar en las pupilas de un niñato idealista de 13, 14 ó 15 años. Y es que a los de mi generación les salieron los primeros pelos en el pecho con el genocidio de Ruanda y la desmembración de Yugoslavia: sucesos que nos llegaban inexplicados a través de los medios, entre otras cosas, porque no había intereses suficientes como para fabricar teorías conspiranoicas o malos malísimos de manual.

Territorio Comanche recoge eso que pasaba al otro lado de las pantallas, sin ahondar qué, quiénes o por qué. Territorio Comanche narra el horror del que hace del horror su forma de vida. También habla de la normalización del horror, si se quiere; la puesta en marcha de una serie de mecanismos para racionalizar (o al menos, llegar a tolerar) ese horror. En palabras del amigo Jafuda, "la novela más sincera" del escritor cartagenero que en escasas cien páginas da una pincelada de "la tribu" que inmortalizara Manu Leguineche, ahonda en la forma de vida de esos héroes caducos que informaban desde las zonas de guerra, describe la crudeza del conflicto que hizo saltar los Balcanes en los noventa y, de paso, nos desvela aspectos concretos de la iridescencia del alma humana. Un impepinable, que diría aquel.


La narración de un episodio bélico, la toma de una ciudad del norte de Montenegro, Bijelo Polje, y la cobertura informativa de ésta por parte de un redactor, su cámara y una traductora, sirven de hilo conductor para una serie de reflexiones y estampas certeras y crudas. Al asomarme a sus páginas me topé con esos héroes con los que nutría mis sueños los primeros años de carrera: desde Alfonso Armada a Gervasio Sánchez, colosos de una profesión que ya entonces estaba denostada, pero que aún conservaba su dignidad.

Curioso, por aquel entonces rara vez uno de estos profesionales, que se jugaban en pellejo para contar desde dentro lo que pasaba, alcanzaba el reconocimiento, no ya la fama, por ello. Solo en caso de encontrarse con la muerte (Ricardo Ortega, Julio Anguita Parrado, Miguel Gil, Julio Fuentes...), dudoso mérito, sus nombres sonaban para irse olvidando poco a poco salvo entre los que se dedica(ba)n a esto.


Ayer leí acerca de la "proeza" de Ana Pastor, la directora/presentadora de Los Desayunos de TVE, que, entre otras cosas, terminó una entrevista sin pañuelo delante del presidente de la República Islámica de Irán, Ahmadineyah. Se ha tildado de valiente esa entrevista. Mi opinión, tras verla, me la reservo. Solo incido en que supongo que es una entrevista tan valiente como las que suele hacer a los miembros de la oposición al PSOE en su programa, o como la célebre entrevista a Zapatero, el 31 de Enero de este mismo año (cuando la gestión de Zapatero era ya indefendible hasta para sus propios correligionarios).

Si valiente es hostigar al presidente de un país encuadrado en el eje del mal - un tipo que, comportándose igual que muchos otros tipos que hasta tienen buena prensa, gracias a los grandes medios de comunicación asesorados por la Casa Blanca, pasa por ser uno de los malos malísimos de este planeta - no dejándole contestar cuando no interesa, poniendo cortapisas a sus respuestas y, en definitiva, mostrando la arrogancia y la superioridad del que se muestra como adalid de valores superiores (defendiendo, curiosamente, una postura que coincide con la versión oficial de nuestro gobierno y con la línea editorial de la cadena para la que Pastor trabaja); en efecto, es una entrevista valiente. Aunque supongo que hubiese sido más valiente comentar que Gadafi también era un dictador hace unos años cuando vino de visita oficial, plantó su jaima en El Pardo y TVE cubrió la visita (entonces para TVE, Gadafi era el jefe de estado Libio; en los blogs anónimos de anónimos amigos se podía leer ya que era un dictador, nadie les dijo que eran muy valiente) o darle la razón al presidente iraní cuando afirma que los gobiernos occidentales han colaborado con el régimen Libio hasta que éste ya no le ha resultado útil (en su lugar, en un alarde de valentía, la comunicadora replica a Ahmadineyad que "occidente no ha intervenido").


Tampoco hubiera sido de cobardes hablar del sorprendente interés de Occidente por el pueblo libio (o venezolano o cubano) y de la aún más soprendente falta de interés de Occidente por el pueblo chino o el ruandés o el de la República Democrática del Congo o el de Guinea Ecuatorial. En definitiva lo que escuece no es que Ana Pastor haya hecho su trabajo de mejor o peor manera; lo que escuece es ver lo poco que hoy en día hace falta para convertir en heroínas a profesionales del sector - ya ves, leer las preguntas que te sugieren desde arriba. Ni siquiera te tienes que dejar matar en una guerra. Mirad, si no, el salón de la fama del periodismo de hoy, nutrido de valientes entrevistas con el cabello al viento de Ana Pastor, o estoicas reacciones a pie de campo de Sara Carbonero ante cualquier mal gesto de cierto cancerbero. Con tamañas gestas, no me extraña que constantemente se hable de la necesidad de una "dignificación profesional". Menos mal que nos queda Periodismo humano.

Lo dicho, tendré que dejar de leer a Reverte.

1 comentario:

La Tremolina... dijo...

Me gusta y a la vez difiero en esta su entrada. Me gusta lo que escribe usté. Difiero de sus héroes y de su visión de ellos. A Gervasio Sánchez tuve ocasión de escucharle hace poco en una conferencia sobre Caixa Forum, y me pareció naïve (eso pensando en positivo), y, desde luego difería con muchas de las cosas que decía -o más bien, con su modo d enfocarlas. De Leguineche et alteres, me reservo. Pero un día deberíamos sentarnos delante de un café y volver a romper nuestros votos matrimoniales en cuanto le contara mi experiencia y paso por el posgrado "Comunicación y Conflictos Armados". Ya sabe usté que iba a ser una tarde de dar cera, pulir cera :D

PD. Palabra de verificación: "bylis"!!