lunes, 9 de abril de 2012

Flaco favor...

En el tintero, como tantas cosas que se ahogan en este periodo de inactividad, estaba este tema, que ha conseguido reflotar y acabar alcanzando las costas del otro lado, ese lado donde las ideas toman cuerpo, a menudo un cuerpo más fondón que el que uno se imaginaba acabaría por tener. Ventajas de la idealización.

El 23 de Marzo el titular sobresalía en casi todas las portadas: "La Calaf señala con el dedo a la Carbonero". Cuando el dedo apunta a la luna, ya sabemos como titulan las cabeceras de este país... Polémica servida en bandeja de plata. Nótese la ironía de fomentar, precisamente, lo que la Calaf denunciaba con el ejemplo. Y sin embargo, se mueve.


Partamos del hecho de que no estoy en la mejor posición para emitir ningún parecer. Periodista, desempleado, hombre, súmesenle todas las etiquetas que le vengan a la mente por asociación... Está mal que yo lo diga, como está mal que un heterosexual blanco de clase media emplee los términos "maricón", "negro" y algún otro bajo ningún concepto. Pero no lo hice yo, lo hizo la Calaf, y le doy la razón, pero no en lo anecdótico, particular, "nombrepropiorizado y apellidarizado". No, no hagan como los ilustres periodistas que pasaron a subrayar en negrita y mayúsculas una reflexión de la Calaf que está ahí, latente, en el aire, como un pedo que todos huelen y nadie se atreve a denunciar. Vayan más allá, al concepto, al símbolo de lo que la Carbonero representa.

Rosa María Calaf se ha ganado a pulso un púlpito lo suficientemente alto como para que sus opiniones se eleven ligeramente sobre el común de la plebe. Lo siento, pero no me creo esa falacia de que todas las opiniones son válidas. No lo son. Para poder opinar debería ser imprescindible saber sobre la materia que se opina, así que partiendo de esa premisa, en mi humilde opinión la veterana periodista tiene toda la legitimidad del mundo para emitir cualquier parecer sobre periodismo, televisión y la imagen de la mujer en los medios. En un mundo sometido a los principios del buen rollo de cara y la puñalada trapera por la espalda, lo que hiere es el ejemplo con nombres y apellidos. Pero a ese ejemplo se le podrían matizar muchas cosas, como se hizo desde esta otra tribuna, nada sospechosa de fomentar actitudes machistas.


En primer lugar, no es lo mismo presentar informativos que hacer periodismo. En segundo lugar, habría que distinguir entre "periodismo deportivo" y lo que nos ofrecen los "espacios deportivos" de los principales telediarios, más cercanos al morboso entretenimiento de fomentar rumores que al dar información. En tercer lugar, demos por bueno que Sara Carbonero se ha aprovechado de su físico y a partir de ahora tendrá que valerse de su profesionalidad para mantenerse o acabar dando la razón a los opinadores amateurs que creen que una vez marchita la belleza, finita la pacchia.

Pero Sara Carboneros y similares aparte, he de dar toda la razón a Rosa Calaf cuando en el trasfondo de su pasional alocución denunciaba la frivolidad que asola el periodismo de un tiempo a esta parte, un discurso que me recordó, inmediatamente, a este otro post del estupendo blog Mi mesa cojea titulado En directo, un buen par de tetas (si algo caracteriza a su autor es la ausencia total de lo que viene en llamarse "corrección política"). Y es que convendría buscar un término para ese otro "periodismo" que da mala prensa al periodismo para, una vez encontrado, pasar a denunciar a ese "periodismo" que denigra al periodismo desde el propio periodismo...


Para terminar, un apunte. En un escenario compuesto por 20 alumnas y una profesora, unos días antes de que saltara lo de Rosa Calaf, se me cuestionó a traición sobre Sara Carbonero en el aula. Salí como pude, intentando no pisar ningún detonador en un terreno minado. Porque siempre me ha sorprendido que mientras que a la hora de denunciar que una mujer no accede a un puesto de trabajo en igualdad de condiciones por el mero hecho de ser mujer se esgrima el argumento del machismo con vehemencia, sin embargo, cuando una mujer accede a un puesto de trabajo no ya por ser mujer si no encima por reproducir una imagen machista y estereotipada de lo que debe ser una mujer, ahí no cabe ningún tipo de protesta.Se me ocurre que quizá fuera eso lo que Rosa María Calaf intentaba denunciar con el ejemplo.

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