lunes, 23 de abril de 2012

Nicaragüa, año 1

Mañana hace un año que pisé suelo nicaragüense por primera y, de momento, única vez en mi vida. En estas fechas la mente, con el piloto automático, va y viene entre recuerdos de experiencias, personas, lugares... entre el pasado reciente y el presente, a veces incluso se asoma, tímida, entre los visillos que van a dar al futuro. Hace casi un año que llenamos la maleta de dudas y esperanzas, cruzamos el charco en un proceso ininterrumpido de más de 25 horas sin dormir y, aterrizamos en unas instalaciones asépticas de Ticuantepe por aquel entonces, cargadas de connotaciones y teñidas por los filtros nostálgicos que la memoria suele dotar a los recuerdos en estos momentos. Un año desde que quemamos al hombre, en un viaje iniciático que a la vez marcaba el final del EUCID (Curso en Cooperación Internacional, marco en el que tuvieron lugar las prácticas en este país) de alguna manera... Como comentaba algún/a compañerx del curso hoy en redes sociales, el viaje nos unió mucho a todos los participantes. Por encima del aprendizaje teórico-práctico, fue una experiencia vital significativa. Los 21 días dejaron profundos surcos que de alguna manera hoy vuelven a poner en marcha sensaciones, sentimientos, pensamientos... desde el eco, como un disco de vinilo que reproduce melodías cuando la aguja del tocadiscos pasa por encima. Fue un viaje donde enfrentamos cara a cara la miseria pero también la esperanza, la desesperación pero también la bondad. En el distrito II de Managua, a orillas del lago Xolotlán, en el vertedero de La Chureca, vimos cara a cara el grado 0 de la condición humana, la antítesis de la opulencia desenfrenada que engrasa el motor de las sociedades en que vivimos. Asistimos, como Dantes mochileros, a la fiel representación del infierno que el poeta recorrió a pie con Virgilio. Hasta el momento nunca se me había pasado por la cabeza compartir las fotos que tomé de forma mecánica, abstraído, sin pensar mucho en lo que veía a través del objetivo, mientras el alma se iba haciendo pedazos como un espejo golpeado de súbito por una piedra de realidad tan irreal como aquella. Hoy sé que algunos pedazos quedaron allí, entre fetos malogrados, sustancias tóxicas, carne y verduras a medio pudrir, plásticos, jirones de ropas, miembros amputados, correspondencias hechas añico...

Aquella visita fue una de las cosas más duras por las que tuvimos que pasar. Algunxs acabamos arrasadxs en lágrimas. Otrxs trataban de consolar a los que nos habíamos derrumbado... nativxs de una sociedad dominada por el hedonismo en su versión más ególatra y desenfrenada, comprobar que la única felicidad a lo que aspiran algunxs pasa por sobrevivir de lo que el resto desechamos sin freno, choca. Tratar de ser coherente con un mundo que se sostiene en injusticias e incoherencias es una tarea agotadora. Desde aquel momento, las cañas, tapas y demás pequeños placeres que damos por descontado en nuestras vidas siempre tendrán un ligero regusto a detritus y podredumbre, la misma que quedó adherida en esos trozos de alma que dejamos caer en aquel dantesco penar de almas cotidiano a la orilla del lago Xolotlán, en el distrito II de Managua, en el vertedero de La Chureca.

2 comentarios:

Mamen dijo...

Gran poeta y compañero de viaje. Nunca olvidare que tu mano y la mía se buscaron entre los asientos y se unieron durante unos pocos minutos con la intención de paliar, en algo nuestro sufrimiento tras vislumbrar aquel panorama desde nuestra furgoneta. Gracias por tus palabras. Me quedo con la misma esperanza de aquel día y con el pensamiento de que todo irá a mejor para aquellas personas. Se te quiere mosiguarino! Mamen.

Txetun: dijo...

Sí, yo también lo recuerdo. Muchas gracias, doctora Anchoa :)

Quedémonos con la esperanza y esos buenos pensamientos; y también con los recuerdos. Un besazo.