Fin de semana en Salamanca, flojo de excesos y rico en momentos intrascendentes de esos que hacen que la vida merezca la pena. Unas copas por allí, unas risas por allá, quizá el roce sugerente de la amiga de una amiga como preludio de un deseo ahogado por miles de ojos conocidos, de timbres de voz familiares, de risas teñidas del evocador añil de miles de cigarrillos... Un fin de semana de decadencia universitaria que dió paso a una semana con los siguientes síntomas: tos, congestión, ligera fiebre... Tratamiento: Frenadol + guardar cama. Circunstancia propicia para quizá bajarse una serie y quizá ponerse a verla. Y así entró Hank Moody en mi vida.

Si Queer as folk era la respuesta gay para Sexo en Nueva York o The L Word el equivalente lésbico, Californication fue el contrataque que desde ese mundo peludo de gónadas masculinas y últimamente discriminado en virtud de la injusta discriminación positiva se venía pidiendo. Hank Moody y cía se alzaron como el cruzado de la masculinidad en un universo audiovisual censurado por lo políticamente correcto y salpimentado por lo que determinados nichos de mercado, a juicio errático de los productores, quieren.
Para un fan consorte de Expediente X (cómo definirlo si no cuándo, pensando que me gustaba, acabé con la mayor fan de esa maravillosa serie que convirtió lo paranormal en mainstream; durante 3 años fui, como digo, el mayor fan consorte de Fox Mulder y por extensión de su sombra no ficticia, David Duchovny) ver a Mulder en plan Hank Moody chirría solo por espacio de 4 minutos. Lo que tarda Hank en mostrarte de qué va su mundo. Vale que haberlo visto en Kalifornia ayuda a despojarle del traje y la corbata, de la placa/identificación y hasta de Scully; pero supongo que tendrán que ver el piloto para ver a qué me refiero.
El caso es que en esta semana me ha dado tiempo a verme las 2 primeras temporadas enteras (24 capítulos de poco más de media hora). Tiempo de sobra para enamorarse de Hank Moody y de su agente Charlie Runkle, de los affaires con que Moody salpimenta su errática vida, de abrazar incondicionalmente los valores del incendiario libertino Moody y, sobretodo, de seguir con la intriga para ver qué pasará. Si eso no es suficiente, las continuas alusiones literarias, las citas a la historia del rock (impagable cuando en la segunda temporada Lew Ashby le pide a la periodista de la Rolling Stone que le acompañe para presentarle a Zakk Wylde), la presencia constante del Guitar Hero... Por no hablar de toda esa mierda que me recuerda por qué narices mola la idea de ser escritor.
Pues eso, Californication.