Volver, con el ceño fruncido, y la sensación de que el tiempo no ha pasado o ha pasado a un ritmo diferente, de forma asincrónica. Leer un periódico, después de 30 días con twitter como única referencia sobre lo que pasaba allá (acá). Ceñir más el frunce o funcir más el ceño, que desde la distancia temporal a uno no le queda claro.
La gente me pregunta que qué tal me ha ido en Paraguay. Yo les digo que bien. Y entonces me dicen que les cuente cosas y yo les pido que me sean más concretxs, que usen la pregunta como herramienta de conocimiento, porque es difícil condensar 30 días en una anécdota, en un comentario, en una narración más o menos coherente. Es entonces cuando las preguntas se atoran en la boca, quizá porque no tenemos ni puta idea de nada de Paraguay más allá de una imagen mental de Larissa Riquelme enseñando el escote en el mundial.
Ayer una amiga me hizo la pregunta del millón de dólares, en realidad las dos preguntas del millón de dólares: ¿Me hubiera gustado quedarme? ¿Estoy contento con la vuelta? En un principio no entendí la pregunta. Cuando me la aclaró, le confesé que no me lo había planteado, entre otras cosas porque la opción "quedarse" más tiempo no estaba contemplada. Sin embargo, sí estaba a gusto allí. Normal, estar en un sitio donde te consideran un elemento válido y capaz siempre es un aliciente. Aquí la cosa oscila entre cifra neutral que sale en la EPA (Encuesta de Población Activa) y elemento parasitario del sistema (bueno, no tanto del sistema, pues no cobro ningún tipo de prestación, como de mi familia). Esto último, aderezado con un sentimiento de culpa más o menos de intensidad variable, pues ya saben que en virtud de esa falacia tan bien orquestada del sistema que nos ha tocado vivir cada uno tiene lo que se merece. De este modo todo el que tiene algo es un genio y todo el que no, es un fracasado / vago / incapaz o, en el mejor de los casos, una persona sin suerte. Así somos. Demasiado tarde para cambiarnos, ¿no?
Pero victimismos velados aparte (que no vienen al caso y que no van, además, conmigo), deprime volver. En eso coincido con el Gorrón, perdón, el Borbón, aunque por razones diferentes. Deprime volver no ya por mi situación o por la situación de muchos de mis allegados. Deprime volver porque uno es consciente de que esta situación no es, como se empeñan en repetir los medios serviles y los cínicos e igualmente serviles políticos, sean del signo que sean, inevitable. Deprime porque es un golpe perfectamente orquestado para desmantelar a la gente de sus derechos, para distraernos mientras unos cuantos siguen robando y abonando el terreno para seguir haciendo negocio, pero con nuestras vidas.
Nos cierran todas las salidas. Uno no sabe cuánto más podrá aguantar la olla con tanta presión.