martes, 30 de octubre de 2012

De vuelta

Volver, con el ceño fruncido, y la sensación de que el tiempo no ha pasado o ha pasado a un ritmo diferente, de forma asincrónica. Leer un periódico, después de 30 días con twitter como única referencia sobre lo que pasaba allá (acá). Ceñir más el frunce o funcir más el ceño, que desde la distancia temporal a uno no le queda claro.

La gente me pregunta que qué tal me ha ido en Paraguay. Yo les digo que bien. Y entonces me dicen que les cuente cosas y yo les pido que me sean más concretxs, que usen la pregunta como herramienta de conocimiento, porque es difícil condensar 30 días en una anécdota, en un comentario, en una narración más o menos coherente. Es entonces cuando las preguntas se atoran en la boca, quizá porque no tenemos ni puta idea de nada de Paraguay más allá de una imagen mental de Larissa Riquelme enseñando el escote en el mundial.

Ayer una amiga me hizo la pregunta del millón de dólares, en realidad las dos preguntas del millón de dólares: ¿Me hubiera gustado quedarme? ¿Estoy contento con la vuelta? En un principio no entendí la pregunta. Cuando me la aclaró, le confesé que no me lo había planteado, entre otras cosas porque la opción "quedarse" más tiempo no estaba contemplada. Sin embargo, sí estaba a gusto allí. Normal, estar en un sitio donde te consideran un elemento válido y capaz siempre es un aliciente. Aquí la cosa oscila entre cifra neutral que sale en la EPA (Encuesta de Población Activa) y elemento parasitario del sistema (bueno, no tanto del sistema, pues no cobro ningún tipo de prestación, como de mi familia). Esto último, aderezado con un sentimiento de culpa más o menos de intensidad variable, pues ya saben que en virtud de esa falacia tan bien orquestada del sistema que nos ha tocado vivir cada uno tiene lo que se merece. De este modo todo el que tiene algo es un genio y todo el que no, es un fracasado / vago / incapaz o, en el mejor de los casos, una persona sin suerte. Así somos. Demasiado tarde para cambiarnos, ¿no?

Pero victimismos velados aparte (que no vienen al caso y que no van, además, conmigo), deprime volver. En eso coincido con el Gorrón, perdón, el Borbón, aunque por razones diferentes. Deprime volver no ya por mi situación o por la situación de muchos de mis allegados. Deprime volver porque uno es consciente de que esta situación no es, como se empeñan en repetir los medios serviles y los cínicos e igualmente serviles políticos, sean del signo que sean, inevitable. Deprime porque es un golpe perfectamente orquestado para desmantelar a la gente de sus derechos, para distraernos mientras unos cuantos siguen robando y abonando el terreno para seguir haciendo negocio, pero con nuestras vidas.

Nos cierran todas las salidas. Uno no sabe cuánto más podrá aguantar la olla con tanta presión.


viernes, 19 de octubre de 2012

Taxi User

En la última entrada que escribía hablaba de un viaje a Encarnación. Eso fue ya hace algunas lunas. Los últimos tiempos, los días se precipitaron, confluyendo hacia una gran cascada, un salto de agua que se precipita violentamente hacia una vuelta. Unir dos puntos doblando un papel...

La principal característica del viaje a Encarnación fue el tiempo en ruta. Distancias asumibles que por la situación de las carreteras (caminos de tierra en ocasiones, tierra rojiza y dura que cuando recibe unas gotas de agua se convierte en un lodo rojizo y pastoso, sangre y saliva de la madre gea) se convierten en interminables condenas dentro de cafeteras rodantes. Para colmo, en Paraguay (y en otros tantos países), cuando uno agarra transporte público sabe cuándo sale, nunca cuando (o si acaso) llegará. Y en esas estábamos, volviendo de Encarnación a Villarrica, destino de la compi A., y luego hasta Coronel Oviedo para cambiar de colectivo (autobús) que me llevara de vuelta a Curuguaty. Bajarse del formidable esqueleto metálico mientras cambian el cartelito que anuncia del destino "Cnel. Oviedo" por "Asunción". Las terminales de bus en Paraguay pueblan sus dársenas con vendedores profesionales de cualquier cosa, incluidos los que te atrapan con su voz desde que sales en el bus hasta que te montas en otro bus de su compañía para seguir el viaje. "¿Asunción? ¿Asunción?" "Curuguaty, ¿sabes cuándo sale?". Tres posibles respuestas: ignorarte porque ese servicio lo ofrece la competencia, indicarte con el dedo o soltarte una ininteligible parrafada en guaraní y dejarte como al principio.

"Disculpe, ¿para ir a Curuguaty?" Coronel Oviedo, recordad, donde lxs niñxs y lxs perrxs sobreviven, donde los vendedores de billetes solo tienen el tiempo justo para informarte del destino del bus de su compañía y del precio del billete.Y así pasa una hora, hora y media, hora y tres cuartos... absorto en la frenética pero tranquila lucha por la supervivencia de la fauna de la terminal. Y en estas se acerca un chaval uniformado: "¿Curuguaty, señor?" "Sí, ¿viene el colectivo?" "No, pero hay un taxi que va para allá, acabo de mandar a dos personas, si está interesado..." "¿Y por cuánto me podría salir?" "¿Unos 60 o 70.000 guaraníes? El colectivo no pasa hasta las 9:30 señor"... 60.000 guaraníes a algo más de 1/5000 el cambio hace un total de 12 euros para un total de 200 kilómetros. Es eso o esperar 4 horas más después de dos días sin dormir apenas y un total de 22 horas en autobuses zombies. "Ok, me quedo con el taxi".

Así que el señor me da indicaciones, cruzo dos carreteras con tráfico demencial jugándome la vida dando muestras de lo aprendido en lo que va de estancia en Paraguay y tras mucho mirar veo el taxi... a medida que me acerco veo el asiento del copiloto ocupado y tres personas en la parte de atrás. Mi lógica cultural me dicta: "Bueno, será que alguno se baja, o si no vamos a ir muy apretaditos detrás". El taxista me da la mano, abre el maletero y yo dejo mi mochila. Mientras la suelto veo un colchón y oigo: "Entre". Instantáneamente entro... el coche arranca y entonces me doy cuenta que en el maletero, junto con un ventilador y varios macutos, viajo rumbo a no sé dónde... ¿Y si me están secuestrando? ¿Cómo puedo ser tan inconsciente? ¿Mando un mensaje a alguno de los compañeros de la mancomunidad para decirle dónde estoy por si sucede algo? En primera clase la conversación es animada, pero hay una barrera idiomática que me impide participar. Guaraní, yopará, qué-sé-yo. El cansancio, además, me sume en mis pensamientos, ahora mezcla de fascinación y éxtasis. El sol se está poniendo tras una interminable pradera donde pastan vacas.

Ese fue mi primer contacto con el taxi, pero no el único. Hace ya una semana planeaba una de las visitas obligadas: Iguazú. Conociendo el funcionamiento de estos taxis comunitarios, sumándole a ello que no hay autobuses que unan Curuguaty con Foz de Iguazú, con la ayuda del patroncito del hotel dónde tenía mi residencia en Curuguaty, volví a recurrir a los servicios de este tipo de taxis. Por 80.000 guaraníes Curuguaty - Ciudad del Este. Y a la vuelta de Iguazú, otro taxi salvador, en Cruce Carolina, donde me depositó un colectivo que hacía la ruta entre Ciudad del Este y Corpus Christi, al rescate del enésimo colectivo descompuesto, con 10 personas en un turismo (taxista, copiloto, mujer con hijo, servidor, señor taciturno en los asientos disponibles, y señor con dos hijos y señor preocupado por no perder el colectivo a Ype Jhu en Curuguaty, estos últimos hacinados en el maletero).


lunes, 8 de octubre de 2012

Niñxs y perrxs


El viernes, en cuanto tocó la campana, salí para la estación de autobuses. Aunque alguno no lo crea, los voluntarios expertos también tenemos días libres, y estando sólo un mes, aprovechamos para intentar empaparnos bien del país de acogida a través de sus lugares y sus gentes. Apremiados por la falta de tiempo y algún otro desajuste de planificación, decidimos, este fin de semana que recién acaba, que yo bajara a Villarrica, centro de operaciones de A., la compi que vino conmigo en el avión, y desde allí pensaríamos qué hacer. Sobre la marcha, decidimos ir a Encarnación y visitar las misiones Jesuíticas cercanas.

Pero no voy a hablar de Encarnación ni de las encomiendas Jesuíticas aquí. En su lugar, voy a hablar de niñxs y perrxs, concretamente los niñxs y perrxs integrados al mobiliario de la terminal de autobuses de Coronel Oviedo, un enclave estratégicamente localizado en la escasa red de carreteras de la República del Paraguay. La terminal de Oviedo, como todas las estaciones del mundo, parece un portal interdimensional donde la realidad del transeúnte convive con la realidad del que hace de la terminal su celda, su reducto vital. En todas las estaciones existen, hablo de esos supervivientes, a menudo extrafalarios, raros o desheredados de nuestras sociedades, que forman parte la cadena ecológica de las estaciones de autobuses. Allí, en Coronel Oviedo, también están de forma perenne. No son yonkis que piden las pocas monedas que les faltan para comprar el billete que les lleve a Cáceres, Alcalá de Henares u Ottawa. Tampoco son músicos virtuosos ni mimos futuristas. En Coronel Oviedo, las zonas más bajas de la cadena alimentaria están compuestas por un grupo de niñxs y un puñado de perrxs. Los humanos descalzos, sucios, desarrapados, con el brillo de la astucia asomando en los ojos. De vez en cuando acercándose con sigilo y con desgana exhalando un lánguido suspiro que, de paso, sirva como petición: "¿Moneda?". Con ese acento indeterminado - para mí - que no se ubica fácilmente entre el castellano paraguayo cantarín con sus exageradas "erres", ni en el guaraní, ni en el hijo de ambos yopará, ni en cualquier lengua indígena.


Por la descripción que me dieron de esta etnia, podrían ser achés desarraigados. No sé. El caso es que dos ó tres niñas y uno ó dos niños suelen pulular por la estación, ante la indiferencia generalizada de los viajeros, con la complicidad de los trabajadores que se ganan la vida entre las dársenas, registrando papeleras y ultimando el culo de la última coca-cola lanzada, del helado a medio comer, de la esquina de la empanada... alumnos aventajados de Oliver Twist. El contraste acongoja al verlos pasar al lado de niñxs que están de tránsito por la estación, vigilados por los protectores ojos de sus progenitores. Los desheredados caminan ciegos ante esos otros cachorros, fijando sus ojos de una bella sabiduría, poniendo toda la atención de esas almas frágiles que ignoran si su futuro se tronchará o acabará teniendo la consistencia de un roble, en un único objetivo, la superviviencia. "¿Moneda?" preguntan acompañando de un gorgoteo en guaraní que no alcanzo a entender, pero ellxs no lo aprecian, porque para ellxs, nosotrxs somos tan invisibles como ellxs lo son para nosotrxs. Solo somos monederos con patas, pequeñas providencias que, en un afán consumista, desperdiciamos cualquier alimento/bebida justificando el derroche con la mínima explicación (Es que está caliente, es que se ha enfriado, es que no tengo tanta hambre, es que luego no voy a cenar...).

Y a sus pies, lxs perrxs, compartiendo la misma luz en la mirada, astutos, bonachones, sumisos, inquietos, remisos, expectantes... Alguien tira una servilleta a la papelera y con la rapidez del rayo uno de los cánidos se apoya en el pie de la papelera, alcanza el trozo de celulosa, lo tira al suelo y comienza a lamerlo, para recoger  las migas... Sombras perennes entre cristales translúcidos que no durarán más que lo que tarde en aparecer su autobús. Imagináos la estampa, como un time lapse, perrxs y niñxs recorriendo una ruta limitada, mientras puntos negros bajan de los ómnibuses, sueltan sus bártulos y se sientan en los bancos para volverse a subir, frenéticamente, de nuevo en otros ómnibuses.

Sé que faltan fotos para ilustrar la estampa. Estuve tentado de hacerlas, pero luego pensé que hasta los invisibles niñxs y perrxs supervivientes de la vorágine de la terminal en Coronel Oviedo merecen malvivir dignamente.