lunes, 8 de octubre de 2012

Niñxs y perrxs


El viernes, en cuanto tocó la campana, salí para la estación de autobuses. Aunque alguno no lo crea, los voluntarios expertos también tenemos días libres, y estando sólo un mes, aprovechamos para intentar empaparnos bien del país de acogida a través de sus lugares y sus gentes. Apremiados por la falta de tiempo y algún otro desajuste de planificación, decidimos, este fin de semana que recién acaba, que yo bajara a Villarrica, centro de operaciones de A., la compi que vino conmigo en el avión, y desde allí pensaríamos qué hacer. Sobre la marcha, decidimos ir a Encarnación y visitar las misiones Jesuíticas cercanas.

Pero no voy a hablar de Encarnación ni de las encomiendas Jesuíticas aquí. En su lugar, voy a hablar de niñxs y perrxs, concretamente los niñxs y perrxs integrados al mobiliario de la terminal de autobuses de Coronel Oviedo, un enclave estratégicamente localizado en la escasa red de carreteras de la República del Paraguay. La terminal de Oviedo, como todas las estaciones del mundo, parece un portal interdimensional donde la realidad del transeúnte convive con la realidad del que hace de la terminal su celda, su reducto vital. En todas las estaciones existen, hablo de esos supervivientes, a menudo extrafalarios, raros o desheredados de nuestras sociedades, que forman parte la cadena ecológica de las estaciones de autobuses. Allí, en Coronel Oviedo, también están de forma perenne. No son yonkis que piden las pocas monedas que les faltan para comprar el billete que les lleve a Cáceres, Alcalá de Henares u Ottawa. Tampoco son músicos virtuosos ni mimos futuristas. En Coronel Oviedo, las zonas más bajas de la cadena alimentaria están compuestas por un grupo de niñxs y un puñado de perrxs. Los humanos descalzos, sucios, desarrapados, con el brillo de la astucia asomando en los ojos. De vez en cuando acercándose con sigilo y con desgana exhalando un lánguido suspiro que, de paso, sirva como petición: "¿Moneda?". Con ese acento indeterminado - para mí - que no se ubica fácilmente entre el castellano paraguayo cantarín con sus exageradas "erres", ni en el guaraní, ni en el hijo de ambos yopará, ni en cualquier lengua indígena.


Por la descripción que me dieron de esta etnia, podrían ser achés desarraigados. No sé. El caso es que dos ó tres niñas y uno ó dos niños suelen pulular por la estación, ante la indiferencia generalizada de los viajeros, con la complicidad de los trabajadores que se ganan la vida entre las dársenas, registrando papeleras y ultimando el culo de la última coca-cola lanzada, del helado a medio comer, de la esquina de la empanada... alumnos aventajados de Oliver Twist. El contraste acongoja al verlos pasar al lado de niñxs que están de tránsito por la estación, vigilados por los protectores ojos de sus progenitores. Los desheredados caminan ciegos ante esos otros cachorros, fijando sus ojos de una bella sabiduría, poniendo toda la atención de esas almas frágiles que ignoran si su futuro se tronchará o acabará teniendo la consistencia de un roble, en un único objetivo, la superviviencia. "¿Moneda?" preguntan acompañando de un gorgoteo en guaraní que no alcanzo a entender, pero ellxs no lo aprecian, porque para ellxs, nosotrxs somos tan invisibles como ellxs lo son para nosotrxs. Solo somos monederos con patas, pequeñas providencias que, en un afán consumista, desperdiciamos cualquier alimento/bebida justificando el derroche con la mínima explicación (Es que está caliente, es que se ha enfriado, es que no tengo tanta hambre, es que luego no voy a cenar...).

Y a sus pies, lxs perrxs, compartiendo la misma luz en la mirada, astutos, bonachones, sumisos, inquietos, remisos, expectantes... Alguien tira una servilleta a la papelera y con la rapidez del rayo uno de los cánidos se apoya en el pie de la papelera, alcanza el trozo de celulosa, lo tira al suelo y comienza a lamerlo, para recoger  las migas... Sombras perennes entre cristales translúcidos que no durarán más que lo que tarde en aparecer su autobús. Imagináos la estampa, como un time lapse, perrxs y niñxs recorriendo una ruta limitada, mientras puntos negros bajan de los ómnibuses, sueltan sus bártulos y se sientan en los bancos para volverse a subir, frenéticamente, de nuevo en otros ómnibuses.

Sé que faltan fotos para ilustrar la estampa. Estuve tentado de hacerlas, pero luego pensé que hasta los invisibles niñxs y perrxs supervivientes de la vorágine de la terminal en Coronel Oviedo merecen malvivir dignamente.

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