martes, 2 de octubre de 2012

El shopping como paradigma del desarrollo

Cuando pusimos el pie en Asunción, nos sorprendió que todo el mundo nos indicara, como actividad para matar el ocio, acudir a los múltiples shopping que se encontraban en la zona cercana al hotel donde nos alojamos. Los shopping o centros comerciales, esas cárceles con barrotes de cristal del consume hasta morir, para los paraguayos (y para más nacionalidades, no nos engañemos) es el epítome de la modernidad. Un shopping es sinónimo de progreso y el progreso significa prosperidad y la prosperidad, desarrollo. Aquí las ideas de Amartya Sen no han llegado. Desarrollo es igual a PIB, mejor, igual a renta per cápita y la renta se mide por los comodities que puedes comprar. ¿Os suena? Una casa grande, una nevera grande, un coche grande...


Curuguaty no es Asunción. Su población se dedica, principalmente, al cultivo de soja. La soja da mucha plata, como dicen aquí. Usando un equivalente más familiar para, embebidos por la cultura audiovisual imperialista yanqui, que dirían Julio Anguita y similares, hombres sabios todos ellos por cierto, Curuguaty es a Paraguay como Texas pudo ser cuando se descubrió el petróleo: gentes con una mentalidad y una forma de vida de campesino tradicional que descubren, un buen día, que llueve oro. La diferencia es que el curuguateño no tuvo que cambiar ni sus costumbres ni su actividad productiva, sigue siendo campesino. Pero el estigma sobrevive: lo material como símbolo de desarrollo, aunque éste esté representado en cosas nimias como un carrito, el uso de la moto como símbolo y no como medio de transporte, la hebilla, la ropa... El curuguateño -y en general el paraguayo - trabaja duro, mucho más que cualquier español que conozco, y es capaz de simultanear varios trabajos, de renunciar a vacaciones, fines de semanas, horas... en pos de ese bienestar que es juntar más plata.


El fin de semana visité, en un viaje organizado por la Mancomunidad de Mbaracayú, la Reserva Natural del Bosque de Mbaracayú. Allí coincidimos los tres voluntarios expertos de FELCODE que andamos por estas tierras. El viaje estaba pensado para que hosteleros y otras personas invitadas pudieran conocer los atractivos de la zona. Entre los compañeros de estancia, estaba el hermano Thomas, un suizo que con una congregación religiosa llegó a Paraguay hace más de 20 años y aún sigue aquí. En el trayecto de la reserva a Ype Jhú, al pasar junto a asentamientos indígenas, el padre Thomas nos contó, nuevamente, un cuento sobre riquezas que esconden miserias, el mismo cuento sobre el que se ha sustentado la supuesta supremacía primero de Europa, luego de EE.UU. y así. Al ver zonas de cultivo de los indígenas preparadas, en su total extensión, para cultivar, nos dijo que habían abandonado el cultivo para el autoabastecimiento por las promesas de riqueza de brasileiros - curioso que en todas las culturas el mal siempre lo traiga el extranjero. La soja es la felicidad. La soja os hará ricos. Y los líderes compran las promesas, y dejan sus cosechas tradicionales por la soja transgénica que el brasileiro trae debajo del brazo. Y es entonces cuando, a veces, el indígena, que hasta que el brasileiro llegó, vivía abrazado a la madre tierra, decide extender sus tierras de cultivo en detrimento del bosque, hasta que vuelva el brasileiro con más promesas de plata a cambio de más soja...


Y así llegamos al shopping como paradigma de desarrollo, al dinero como sinónimo de opípara alimentación, a los bosques en peligro de extinción que necesitan refugiarse en inventos humanos como estas "reservas de la biosfera" y en esos cuentos de promesas de vidas mejores a cambio de las propias vidas. Pero cuando el shopping es la meta, a ver cómo convences tú a nadie de que consumir tanto es, está siendo, un suicidio colectivo.

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