El 80% aproximado de la población del Paraguay habla guaraní. En el distrito de Canindeyú, donde se encuentra Curuguaty, sus habitantes alternan indistintamente el español con el guaraní, en mayor o menor cantidad, y algunos hasta usan portugués dada la cercanía de la frontera con Brasil. El guaraní suena a conocido fonéticamente, porque comparte sonidos con el español, también con el árabe, pero hasta ahí las familiaridades.
Curuguaty tiene el encanto de las ciudades pequeñas 50.000 habitantes. Para Latinoamérica, casi un pueblito. Solo su avenida principal, 14 de Mayo, fecha de la fundación de la localidad y fecha del aniversario de mi mamá, Ña Rocío, ya que preguntan, está asfaltada. Las calles aledañas están empedradas y lejos de ese epicentro solo hay caminos de tierra, una tierra rojiza que levanta un polvo penetrante con regusto a desván. Todo Curuguaty está recubierto de una patina rojiza: sus perros vagabundos, sus personas motorizadas, sus coches de importación y las fachadas de sus negocios. Curuguaty, al margen de ideologías políticas, es colorada producto de su tierra, azul, producto de su cielo, y verde, producto de su naturaleza... Curuguaty, en el centro de su ideología, vive convulsa en los adentros, aunque a mí eso me llega muy amortiguado. Ningún paraguayo habla abiertamente de política conmigo y yo mismo, por contrato, no puedo pronunciarme políticamente. Pero es que, además, no tengo ni pajolera idea de política paraguaya. Por la razón que sea, Paraguay, para España, no es importante, así que casi nunca nos llega nada.
Tras la primera toma de contacto ayer con Curuguaty, hoy iniciamos propiamente la labor. La mañana comenzó con un curso de capacitación muy interesantes para hacer reservas turísticas. La tarde, a caballo entre la paz de la conversación con E. e I. en Curuguaty, y un viaje contrarreloj con mi "mentor" acá, el doctor S.S.I., periodista y abogado, asesor de la Mancomunidad de Mbaracayú y con el don de la palabra. De camino a Capiibary, en el departamento de San Pedro, por la carretera 10, con esa alfombra de vegetación a ambos lados de la carretera, esquivando vehículos, sorteando badenes, el doctor S.S.I, con esa voz radiofónica sudamericana, me ilustraba con ese estilo de huracán que le lleva a tener tres trabajos. Siempre respetando los límites de velocidad, basados en la capacidad de correr del vehículo - el del doctor solo alcanzó los 140 km/h -, llegamos a una sesión extraordinaria del consejo municipal, invitados para hablar de la Mancomunidad del Mbaracayú.
Empujados por las prisas al interior del consejo, se podía palpar la tensión.
Invitados a tomar asiento hasta que llegara nuestro turno, asistí primero interesado a los sucesivos turnos de palabra de concejales, presidente y representante de la sociedad civil. Claro, aproximadamente el 70% de lo que se hablaba era en guaraní, con construcciones del tipo de Señor presidente, compañeros concejales (parrafada ininteligible de guaraní), por eso que (parrafada ininteligible de guaraní) oro (parrafada ininteligible de guaraní) muchas gracias. Llegó el turno de S.S.I, que supongo por deferencia a mí, empleó menos guaraní, quizá dejándolo en un 55 / 45 %. Y en esas estaba cuando, tras una larguísima alocución, combinando su radiofónica voz con sus dotes de procurador del reino - abogado -, daba gusto oírlo hablar, aunque no se le entendiese. Y así su intervención dio paso a los miembros del consejo y yo hacía rato que ya había desconectado, a pesar de que el asunto me interesaba por la naturaleza de los hechos - o por la naturaleza de los hechos que yo creía haber entendido.
Ahí andaba yo, pensando en las musarañas, cuando S. se gira y me dice que el ilustre consejo quiere oír mi historia, quiere saber el por qué de mi estancia en Paraguay.
Y así fue como hablé, sin haber preparado nada y saltándome toda guisa de protocolo por desconocimiento, delante del consejo de la ciudad de Capiibary, una localidad situada a 60 kilómetros de Curuguaty, en el departamento de San Pedro, un consejo reunido de forma extraordinaria a la sazón de un Cerro protegido por su interés natural y una disputa sobre la explotación del mismo por parte de una serie de ciudadanos.
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