No me gusta hablar de fútbol en este espacio porque bastante contamina ya al resto de ámbitos de la sociedad, robando protagonismo a cosas más importantes y elevándose, con frecuencia, a la categoría de "trascendente" cuando su repercusión real es... menor que un pedo en una discoteca un sábado a las 4 de la mañana. Por eso no voy a hablar de fútbol, voy a hablar de mentiras y cintas de vídeos, el sexo lo dejamos para luego.
El "clásico", esa gran falacia suprarreal con la que nos bombardean hasta la saciedad inventando epítetos hiperbólicos y elevándolo a la categoría de tragedia griega, es uno de los grandes mitos de la sociedad moderna (y, como tal, mentira en su totalidad). Es por eso que suelo evitar el clásico: primero porque como forofo de calle en su acepción más vulgar no me va nada en ello (ni juego a la quiniela, ni echo porras, y para colmo y como a estas alturas la mayoría de mis lectores sabe, soy seguidor de otro equipo); después porque como amante del fútbol en una dimensión estética/artística, un Madrid-Barça es el auténtico antiarte, desvirtuado por los mecanismos propios de la sociedad de consumo y ridiculizado a una caricatura irreverente por la ignorancia generalizada que salpica el raciocinio de ambas aficiones como entidades abstractas y colectivas (no obstante nos movemos en terrenos de la psicología de masas y fenómenos como el fanatismo cuasi-religioso emparentados con la yihad y demás radicalismos socio-políticos).
Aún así, al no tener nada mejor que hacer el sábado, decidí compartir con mi padre algo más de hora y media delante del televisor para comprobar, una vez más, que el mito es fácilmente desmontable. Es curioso. Cualquiera no-aficionado que en su vida haya visto un partido de fútbol y se siente delante del televisor a ver uno de estos clásicos, al escuchar al día siguiente la narración del encuentro en los medios - "especializados" o no - podría llegar a la errónea conclusión de que no sabe de la materia lo suficiente pues su lectura no coincidirá ni en lo más elemental con las crónica varias de diarios y programas varios. Así son los mitos, tan poderosamente arraigados en el imaginario colectivo que llegamos a obviar "detalles" para amoldarlo. Así Messi fue el vencedor de la titánica lucha existente solo en el mito entre los dos jugadores "estandarte". El resultado de esta batalla marcará el irremediable sino de ambos ejércitos al final de la guerra. Los vencedores caminarán triunfantes y los vencidos expiarán su derrota cortando cabezas de supuestos responsables. Una mentira bien engrasada por los únicos vencedores a corto plazo de toda esta pantomima: los medios que viven del cuento.
La realidad: un partido anodino donde un par de acciones de bella factura ejecutadas por un jugador "no mediático" acabaron con un partido carente a efectos reales de la menor trascendencia para el devenir de esta liga y mucho menos de los problemas tangentes que nos asolan día a día. ¿Alguien esperaba otra cosa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario