Los lunes, ese día maldito por la rutina. Coincidiendo con la vuelta del sol, me había propuesto quitarme tareas pendientes. En esas estaba cuando sonó el teléfono. Tras cogerlo, la voz de una chica preguntando por alguien con mi mismo nombre. Mosqueado y a la defensiva, no vaya a tratarse de la enésima operadora que llama para contarme las excelencias de la compañía telefónica a la que representa, respondo que especifique a cuál de ellos se refiere (ya sabéis, esas brillantes ideas de esos progenitores que, no contentos con haber perpetuado su existencia y para que quede claro la autoría del hecho, deciden bautizarte con su mismo nombre sin consultarte). Especifica: "Llamo de la compañía X y quiero hablar con el sujeto que contestó hace 6 meses a unas preguntas en una encuesta sobre hábitos de consumo. ¿Es usté?" "Supongo" contesto.
Así que me hace una serie de preguntas sobre la situación económica del país, entre las que destaco la siguiente: "¿Cree que el aumento del precio de la vivienda en España el año próximo será: mayor, menor o igual?". Destaco la pregunta porque, al responder con la opción "menor", la chica me insiste para aclarar: "Entonces, ¿cree que bajará el precio?". Intento explicarle que no, que lo que quiero decir es que el aumento con respecto a este año será menor, lo cual no significa que vaya a disminuir el precio; una respuesta, por otro lado, que no puedo dar tal y como su pregunta está formulada. A veces me pregunto por qué me molesto...
Justo cuelgo el teléfono que se encuentra en la planta baja de la casa, cuando oigo el móvil en la primer piso. Carrera que me pego. Una vieja/nueva amiga a la que he visto dos veces en mi vida. Hay que ver cómo la sociedad de la información redefine las relaciones sociales. Yo, que de natural soy arisco por teléfono (o que por teléfono soy arisco de naturaleza, lo que mejor les suene), lo cojo tras la carrerita de marras escaleras arriba para escuchar un "Hola, ¿qué llevas puesto?". Maldita sea, esa es una de mis frases preferidas por teléfono, algo que no le he dicho, en parte porque, tras la carrera y el hecho inusual de que reciba dos llamadas en menos de 30 segundos de separación sin que sea la misma persona, estaba bastante confuso como para reconocer la voz de primeras. "Paya-Lahaya", contraseña con poder evocador suficiente para caer en el acto. Desilusión, porque el interés sobre mi atuendo pasaba de tener un posible carácter erótico-festivo a un más que probable marcado cariz lúdico-humorístico. El destino se burlaba de forma prospectiva: cinco horas después mi padre aparecía con una webcam bajo el brazo que podría haber estrenado con un uso muy diferente si el citado cariz de la pregunta hubiera sido el esperado inicialmente. En fins.
Decía, con la arisquez en PH ácido, una vez resuelta la duda sobre la autoría de la llamada de marras, me debato entre la convención social que dicta entablar una introductoria e intrascendente conversación y la segunda duda que surge una vez solventada la primera: ¿para qué coños me llamará esta mujer? Pues andaba ganando el pulso la segunda predisposición cuando ella misma ha hecho tal pregunta en voz alta: "¿Te preguntarás para qué coños te llama esta mujer?". Total, que me llamaba para invitarme a un guateque-cumpleañero en su casa. Sorpresa, alegría, reflexión y tristeza en 1,5 segundos. Todo expresado con el mismo significante (un circunspecto "mmmmmm" que no sé cómo habrá sonado al otro lado de la línea) haciendo gala de la riqueza semántica de los signos. Sorpresa, por la invitación; alegría, porque se acuerden de uno para estas cosas; reflexión, cuando he caído en que no sabía si tenía la fecha libre; tristeza, al comprobar que el finde en cuestión tengo otro compromiso.
Pero qué quieren que les diga, la tristeza ha sido fagocitada por la satisfacción general después de la llamada. Y es que, seamos serios, ¿a quién no le gusta empezar un lunes con una desconocida que te pregunta de forma insidiosa qué llevas puesto?
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