domingo, 10 de junio de 2012

Es el fin del mundo... y me siento bien

Las Ferias 2012 se acabaron oficiosamente, al menos para mí. Volvía a casa cerca de las cuatro de la madrugada pensando en la noticia del día (un sábado, con una agenda deportiva apretada, el circo moderno, la anestesia de los pueblos, la religión = opio de la modernidad) mientras oía risas quebradas por el alcohol, coches dubitativos del que conduce porque "controla" a pesar de las copas de más, zombies ebrios y sonrientes que subía y bajaban, bajaban y subían por unas calles con frenética actividad pese a lo avanzado de la hora... Y pensaba en mí mismo, que con mi cerveza y un gintonic, pero tras tres días de rebujitos y tintos de verano y patear la muy noble y leal ciudad donde mi madre me trajo al mundo dándomelo todo pero sin pedir permiso, que es esa extraña paradoja que nos marca a todos y nos iguala junto a la muerte, mucho antes de que comencemos a desigualarnos en virtud de "utilice aquí el paradigma que se amolde mejor a su forma de pensar", también volvía sonriendo, paladeando cada instante vivido en los últimos tres día... Relacionaba eso con el rescate y con las críticas al pan y el circo desde algunas tribunas críticas, y con la noticia de la semana pasada de un pueblo extremeño que celebró un referéndum para ver si se gastaba el dinero en trabajo o en toros. Y dejando los ingredientes en la batidora del cerebro le daba al botón y mezclaba los ingredientes para hacer un gazpacho que concluía que si esto fuese el principio del fin del mundo mejor irse a pique, a lo músico del Titanic, con una sonrisa de oreja a oreja que con la cara desencajada del que grita "¡¡¡vamos a morir!!!".


Por partes. El rescate. Me preguntaba una de las visitantes que han provocado una reconciliación, al menos momentánea, con las Ferias de mi localidad, en un ejemplo de que me tiene en mayor estima de lo que merezco, si podía explicarle de qué iba el rescate yo que sabía de economía... Le contesté que era algo así como era recibir dinero a cambio de una serie de condiciones, algo así como alquilar (o vender) parte de nuestra soberanía, algo profundamente antidemocrático y anticonstitucional y que atenta contra los principios más elementales de soberanía nacional y derecho de autodeterminación de los pueblos. Ignacio Escolar lo explica mejor que yo en este artículo. Mariano Rajoy y su terna de super(villanos) ministros acaba de vender la patria, literal, por treinta monedas de plata para intentar tapar los agujeros que la negligente gestión / desfalco a manos llenas de las entidades bancarias privadas (aquí que cada cual elija la opción que más se acerque a sus propias convicciones) ha provocado en nuestra economía (no olvidemos, el déficit privado en España es el que ha agravado la crisis, no el público que no es tan cuantioso y que es el que se trata de maquillar con recortes). Enhorabuena, aquellos que iban a abanderar el cambio han vendido nuestra patria. Como decía aquel, "la culpa la tenéis vosotros, que votáis a quién votáis".

También me acordaba de ese señor tan simpático de Mercadona que dice que los españoles tenemos que trabajar más al tiempo que pensaba en esa amiga tan guapa y salerosa que con medio acento andaluz me decía en plenas ferias que acaba un máster estudiado en España y se marcha a Alemania a aprender alemán y a tratar de buscarse la vida... Fuga de cerebros. En todo esto pensaba, sí, y un sentimiento de reivindicación de las ferias y las fiestas populares nacía. Porque se ha repetido hasta la saciedad, pero no parece quedar claro: esta crisis la han provocado unos pocos que, teniéndolo todo, como el señor de Mercadona, quisieron (y quieren) más, no los 5 millones de parados, o los funcionarios que han visto bajar su sueldo, o los enfermos crónicos que tienen que comprar sus medicinas, o los niños y jóvenes que están estudiando con la idea falaz de que una carrera les dará un buen puesto de trabajo - mentira y gorda. Tampoco parece quedar claro que el problema no es el gasto del estado, sino la no tributación de dinero que señores con bienes tan cuantiosos como los que se le suponen al señor de Mercadona no hacen en virtud de evasión de impuestos, la existencia de privilegios tributarios, paraísos fiscales... y ya puestos, del presunto despilfarro que llevan a cabo nuestros dirigentes como el ejemplo del señor Dívar.

Así que el fin del mundo se acerca, al menos del mundo tal y como lo conocemos en España, y yo me siento bien porque he estado tres días con grandes amigos que me han recordado viejos tiempos y hecho disfrutar de estos, porque he visto las calles bullir de gente con auténticos dramas de intensidad variable a la espalda, comentando con ojos vidriosos del alcohol el rescate mientras te abrazaban con la excusa del tiempo que no te ven, preguntándonos qué es de nuestras vidas y, sobre todo, qué será de ellas... Gente, en definitiva, que ha trabajado y trabaja duro, cada día, intentando sobrevivir, víctimas de unas circunstancias que sufren sin ser responsables, reos y penitentes por el pecado de haber hecho lo que se esperaba que hicieran: trabajar y consumir, consumir y trabajar y a pesar de tanto trabajo, por pedir créditos para seguir consumiendo porque el valor de las cosas no ha parado de crecer, ni más ni menos. Gente que en estos tres días ha olvidado momentáneamente la situación en la que nos han metido otra gente que no ha hecho bien su trabajo y, sin embargo, se embolsa primas, indemnizaciones, sueldos vitalicios, etc. al tiempo que se les llena la boca de hablar de una crisis que jamás sufrirán ni por asomo.

Por todo ello, citando a Shakespeare, me van a permitir que defienda el "Let's eat and drink, for tomorrow we shall die". Así que comamos y bebamos, porque mañana moriremos o, mejor dicho, pagaremos con un terrible despertar el sueño de los justos que se fueron confiados a la cama pensando que sus gobernantes hacían todo por el pueblo y para el pueblo. Otra mentira y gorda.

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