lunes, 22 de febrero de 2010

En la secretaría

- ¿Qué querías exactamente?

- Pues, verás, estuve el curso pasado en Dinamarca y tardaron en enviarme las notas un montón. El caso es que hace como cosa de dos meses os las traje por fin y no he recibido ningún aviso por vuestra parte para que viniera a firmar la conformidad…

- ¿Tu nombre? Debes de estar en la carpeta de incompletos, esa pila que tienes a tu derecha… ¿Te importa buscarlo tú, mientras termino con esto?

- No, claro, ningún problema.

- Gracias, me haces un favor… es que hoy estoy un poco descentrada. Estoy mala. Ni siquiera tendría que haber venido, lo que pasa que por no dejar sola a mi compañera… Estoy que no me entero de nada. Tengo fiebre, me duele la cabeza. Seguro que tengo gripe.

- Aquí está. ¿Te lo dejo ahí?

- Sí, ahí mismo, en un segundito termino… y encima este finde me fui a mi casa y salí por allí, cuando no tendría que haber salido… pues si ya andaba un poquillo pachucha, me puse peor…

Echó una mirada a la oficina. Dos mesas milagrosamente encajadas entre una pared cubierta con dos grandes tableros de corcho plagados de postales provenientes de toda Europa y una enorme estantería con archivadores que llevaban escritos en el lomo la rama y el curso. El último colocado rezaba PERIODISMO 2002-2003. Las mesas parecían dos enormes mesetas de madera donde se elevaban colinas, picos, sierras y macizos formados por botes de lápices, grapadoras de colores, un monitor de ordenador, diversos útiles desparramados sin ningún tipo de orden y torres de carpetas, archivadores y hojas de papel usadas o por usar. Los teléfonos enmudecían respetando la sagrada hora del café.



La otra secretaria atendía con sonriente paciencia las demandas dirigidas en un tono amable de una chica. Ambas gozaban de cierto atractivo. Pese a encontrarse en dos niveles diferentes, competían de poder a poder por captar la atención de su atención como macho reproductor. Mientras que la secretaria gozaba de una condición de mujer de mediana edad, la chica ostentaba con desdeñosa vitalidad su rango de veintiañera. Mientras una disfrazaba las primeras muestras de marchitación con unos modales cargados de dulzura, propios de una efectiva o pretendida maternidad; la otra lucía impúdicamente los atributos de la lozanía característica de la plenitud sexual. Sin explicarse muy bien por qué, aunque sospechando que Freud habría escrito sobre aquello, prefirió a la maternal funcionaria.

- Ya está. A ver qué problema hay con tus papeles… Pues eso, que están incompletos. Aquí pone que te faltan unas notas.

- No puede ser. Hace un mes os traje las últimas. Se las di personalmente a tu compañera.

- Échale un vistazo a la carpeta y dime si falta algo.

Abrió la carpeta y comenzó a ojear papeles oficiales, la codificación administrativa de un año de experiencias que ya tenían una capa de patina mítica en su memoria. Entre algunos impresos conocidos, garabateados con rasgos de su puño y letra, convivían formularios del todo extraños e indescifrables. Por fin halló lo que buscaba. El documento oficial de sus calificaciones. Los dos folios, uno perteneciente a la universidad y otro a la escuela técnica donde había recibido un curso intensivo, esperaban el traslado definitivo a su refugio final: el expediente académico.

- Aquí está todo.

-¿Estás seguro? Mi compañera ha dejado apuntado que faltaban notas.

- No. Aquí están todas las notas. Las de la universidad y las de la Escuela de Periodismo. Es que estuve matriculado en dos centros diferentes.

- Bueno, pues si tú dices que están todas, estarán.



Él le ofreció una franca sonrisa cargada de ironía. “¿Quién selecciona a estas tipas?”. Asintió con la cabeza y reprimió un comentario del tipo de “¿En serio terminaste la EGB?”. Trató de mantener la sonrisa tanto tiempo como le fue posible. Si se concentraba en mantener el rictus y mostrar los dientes tratando de no parecer ridículo, el ataque de violenta hipocresía desaparecería como vino. “El espíritu de Hamlet me ha poseído” solía comentar cuando uno de estos abcesos le venían acompañado de amigos y no podía evitar soltar una perla de insolencia. Era su excusa institucionalizada. El ataque había concluido. Cambió de postura e inyectó mecánicamente un chorro de comprensión a su mirada.

- Entonces, ¿ahora que tengo que hacer?

- Ahora te hacemos la convalidación, mandamos los papeles al decano y luego en secretaría cierran tu expediente.

- Ok, suena fácil

La secretaria volvió a coger la carpeta, sacó las calificaciones y comenzó a mirarlas con gesto ceñudo mientras las cotejaba con la propuesta de convalidación.

- Estas asignaturas no son las que tú pusiste en la propuesta de convalidación que enviaste.

- Sí, lo que pasa es que aparecen con los nombres genéricos, mientras yo puse los específicos de cada curso…

- No lo entiendo. Vas a tener que llamar a la universidad de allí para que te lo envíen de nuevo bien clarito.

- Si es muy fácil. El caso es que ahí aparecen los cursos genéricos… por ejemplo, Seminary of Sociology y yo he puesto el nombre específico del seminario…

- Ah… pero es que esto no lo entiendo. Vas a tener que llamar.

La maternal secretaria despidió a la otra estudiante y se quedó mirando por espacio de cinco segundos a su compañera. Su gesto revelaba idéntico pensamiento al que cruzó por la mente del chico unos minutos antes: “¿Quién elige a estas tipas?”.

- ¿Hay algún problema?

- Sí, que estas notas no coinciden con el papel de la propuesta y va a tener que llamar a la universidad de acogida.

- A ver, ven por aquí, que te lo soluciono en un momentito.

En ese momento, a los ojos de aquel que estuvo en Dinamarca, la maternal funcionaria se transformó en virginal intercesora.

- ¿Cuál es el problema exactamente?

- Pues que en las notas aparece el nombre genérico de la asignatura y yo puse el específico en la propuesta.

- A ver… ¿aparecen los créditos ECTS?

- Sí, claro

Con paciencia y eficacia, fue revisando cada entrada del documento oficial mientras lo cotejaba con la propuesta. Cada vez que sus ojos recorrían una línea, los alzaba fijándolos en el interpelado mientras esbozaba una franca sonrisa al tiempo que asentía con la cabeza.

- Pues no veo qué problema había – susurró en un gesto de complicidad. Los ojos de él señalaron a la funcionaria que presuntamente se encontraba enferma.

- Yo tampoco.

- Pues nada, ahora mismo apunto aquí las notas finales y ponemos tu carpeta en aquella pila de pendientes. Luego lo llevamos al despacho del decano y cuando éste firme, irá todo a la secretaría para que te incluyan los datos en el expediente.

- Entonces, ¿no tengo que hacer nada más?

- Nada más.

- ¿Y cuándo podré, más o menos, solicitar el título?

- Mira, para serte sincera, si todo fuera como tiene que ir, teóricamente hoy el decano firmará las notas, la carpeta entraría a última hora en secretaría y mañana a lo sumo podrías solicitar el título… Pero la realidad es que no depende de mí. Lo mismo tarda un par de días que una semana…

- O sea que en tres o cuatro semanas me paso por aquí, ¿no? ¿Y luego vengo a la oficina?

- Sí… Digo, no. Pásate por secretaría y ellos te lo hacen, cariño.

La dominante maternidad la traicionó. El interfecto se había convertido, por el mágico don del instinto materno, en un “cariño”. En su fuero interno se lo agradeció mientras no pudo reprimir un reflujo de atracción sexual. Otra vez adoptó la sonrisa/escudo que tantas veces le había salvado la cara en una interacción social convencional.

- Pues muchas gracias por todo. Ya nos veremos. ¡Hasta luego y que te mejores!, ¿vale?

Cerró tras de sí con delicadeza.

4 comentarios:

La Tremolina... dijo...

¡Coño! ¡Esa secretaría la conozco yo! Y puede que a esa secretaria, también.

Txetun: dijo...

Pues lo mismo pero... ¿usté no había estado solo un año en "La fortaleza infernal" (como la llamábamos "cariñosamente" algunos compañeros)?

En cualquier caso tómese cualquiera de los personajes como universales extrapolables a cualquier oficina. ^_^

Juli dijo...

Me hace falta un botón de "me gusta" para la entrada O_o

Txetun: dijo...

Era un fragmento de una "novela" que empecé a escribir en los dos años que estuve en Madrid, desde que terminé la carrera hasta que me fuí a Canadá... El título provisional era ¿Y ahora qué?

El proyecto sigue sobre la mesa y el día menos pensado me pongo a saco con ello (llevo diciendo esto muuuucho tiempo, pero le faltaba madurez, cada vez lo veo más cerca); sin embargo este fragmento ya no tiene mucho sentido, me daba miedo descartarlo y por eso lo he "publicado" aquí.

Gracias por el "me gusta" :)

Ps. Investigaré un poco porque lo mismo si se puede poner algo así en cada entrada...