martes, 17 de agosto de 2010

Cuestión de educación

Otro síntoma de que me estoy haciendo viejo es que cada vez más me aforo a la máxima que soltó un amigo algo más experimentado en eso de estar rodando por el mundo. "Esta juventud no tiene valores". Si hemos de tener en cuenta los sesgados ejemplos que nos llegan desde la globosfera (incluyendo prensa y TV), esto es cierto al cien por cien. El pasado domingo amanecí a eso de la 1 p.m. Desde que llevo un estricto régimen nocturno a base de trinas, agua y demás bebidas sin gas ni alcohol, mis "resacas" son tan livianas como inexistentes. Aún así te levantas algo desorientado, por las condiciones de luz y la falta de referentes temporales (un portazo, el taconeo draconiano o algún gruñido matutino de cualquier miembro empleado de mi familia).

El caso es que una vez conseguí desprenderme del "empane" típico, cargué un plato con la suculenta comida dejada por mamá antes de escaparse a la enésima aventura dominguera del verano y bajé a ver la televisión en la única tele que quedaba libre (mi hermana ya se había apoderado del salón y del televisor titular). Comí haciendo zapping y estuve viendo 15 minutos (supongo que durante un bloque publicitario de otra cadena) el reality abanderado por Carmen Lomana, Las joyas de la corona. Afortunadamente, uno piensa que es imposible que todos los menores de 25 años se comporten como algunos - que no todos - de los conejillos de indias elegidos para ser moldeados por la doctora Lomananstein. El caso es que, hablando de conejos, sacaron imágenes de una individua que reclamaba el derecho a "hacer lo que le diera la gana" amenazando a los demás con acatar su voluntad o remitirse a salva la parte de ella que a veces se metaforiza como el simpático roedor de largas orejas. La quincuagésima representación audiovisual de la típica niñata consentida. Para que os hagáis una idea, el origen del conflicto venía de la petición de la mayor parte de sus compañeros de que no fumara en la mesa mientras toda la gente no hubiera terminado de comer.

Instintivamente me dieron ganas de abofetearla, no porque defienda la violencia como medio didáctico (aunque dudo yo que a los veintipocos y con esa pose tal niñata pueda ser reeducada), sino porque tal actitud de imposición "chuminesca" requiere de medios expeditivos para evitar un contagio en masa al resto de miembros de la sociedad. Tras el esperpéntico episodio y el posterior careo entre la protagonista y los presuntos educadores del reality - con labor de azuzador profesional sin escrúpulos de por medio en la figura del infausto Jordi González "Creo que es el derecho y la obligación de la tipa X que conteste a estos comentarios" - volví a zapear, ya con la comida ingestada a punto de indigestarse, y me dispuse a leer el periódico que mi padre compra cada domingo diligentemente.

Allí me topé con otra noticia sobre el abuso que un buen número de menores están haciendo de la ley del aborto que preparó el gobierno. Leyendo la noticia daba la impresión que ante este colchón de seguridad, muchos menores practican la barra libre de sexo sin protección. Me preocupa esto que parece un ejemplo más de personas egoístas, caprichosas y carentes de reconocimiento a ninguna figura de autoridad. Era el País y en la misma página - o en la siguiente - salía una noticia sobre las víctimas de los abusos de la iglesia belga. Supongo que no habría otro sitio mejor para meter esa información.

Desgraciadamente estos ejemplos, que constituyen picos llamativos y extremos de un comportamiento esperemos que marginal, no son nuevos ni exclusivos de las recientes generaciones. Recuerdo que con 16 años volviendo de Tenerife de viaje de fin de curso intenté reclinar el asiento del autobús que volvía de Madrid. Para ello pedí permiso a una niñata de mi generación, L. C., que me lo negó diciendo que "Entonces ella iba a estar incómoda". Le dije que solo lo reclinaría un poco y que no llegaría a molestarla, haciendo la prueba. Se enrocó en su hipótesis y me empezó a dar patadas hasta que volví a colocar el asiento en posición vertical. La diferencia es que aquella actitud egoísta (porque es cierto que el hecho de que yo reclinara un poco el asiento no interfería para nada en su comodidad) no era recompensada con un espacio televisivo y un status de estrellato. Hoy sí. Y es que el egoísmo y la tendencia a evitar pensar en estrategias que busquen un beneficio común en lugar de practicar aquellas que propugnen un mayor beneficio personal a costa del perjuicio de los demás es una constante humana - identificada a veces con el instinto de autoconservación, algo que no comparto -, siempre han estado ahí. La moral, las diversas éticas y la educación han tratado de inocular valores tendentes a desarbolar esa manera de pensar, pero por alguna razón a día de hoy no parece que esto siga en vigor, o al menos es lo que yo percibo.

En general a la infancia y a la adolescencia se la tiende a sobreporteger y a sobrerrecompensar a veces por limitarse a hacer lo que se supone que tienen que hacer. El funcionamiento de las sociedades modernas (donde ambos progenitores se ausentan del hogar para trabajar), las diversas reformas educativas (que han ido rebajando los estándares educativos hasta ponerlos a la altura del betún), los roles reproducidos por los medios (pensemos en series como Física o Química en la actualidad o programas como Generación NI-NI, Hombres, mujeres y viceversa, Gran Hermano o la citada Joyas de la corona) son solo algunas de las causas de un problema latente que genera debate cuando algún menor rebasa la línea, protagoniza algún crímen mediático y entonces diversos "expertos" en no se sabe qué salen buscando culpables sobre la causa de su comportamiento. Y es que otro de los rasgos más significativos de las sociedades en las que vivimos es la tendencia a desembarazarse de la propia responsabilidad cuando vienen mal dadas. Un ejemplo: ver el número de dimisiones de altos cargos ministeriales en las últimas cuatro legislaturas.

2 comentarios:

Jafuda Cresques dijo...

Buenas,

Suscribo sus palabras: le felicito por su artículo.

Leyéndolo he recordado una viñeta de un humorista francés (creo): http://www.blogdehumor.com/me-han-dado-las-notas-del-colegio. Allí queda reflejada parte de culpa de los padres y de una sociedad demasiado protectora, snif.

Lo dicho, le felicito.

Cuídese,
Jafuda

La Tremolina... dijo...

Comentarios al aire:

Lo de ausentarse ambos conyuges (o, lo que es lo mismo, toda actividad paternofilial) del domicilio por ir a trabajar no es nuevo de estas generaciones. Al menos en las urbes de cierto tamaño.

Hoy mismo sale un artoculín en el País sobre los síndromes del emperador y semejantes, donde también hablan del antes y el ahora y la forma de educar en antes y en ahora.

Toda la vida ha habido indomables. Pero es que ahora parece la constante. Mexplico: en "nuestra época" estabas haciendo alguna y cualquier adulto que te piara por la calle se te caía la cara al suelo y te querías morir. Ahora como adulto, a mí me acojona decir cualquier cosa si tres niñatos están robando una bicicleta o cargándose una papelera. Y esto es lo que me preocupa, que a mí me dé miedo. No que los vándalos intenten cargarse la papelera.