martes, 31 de agosto de 2010

De cómo el Aloe Vera entró en mi vida

Acariciaba con el pulgar su espalda, suave como una encimera de formica. Mientras, ella estaba tendida boca abajo.

- Tienes la piel muy suave.

- Es que uso aloe vera...

Y esas dos palabras resonaron en su mente como la última frase de un sueño en una película: "aloe vera, aloe vera, aloe vera...". Casi nada quedó de esa semana de turismo, sexo y confidencias con aquella chica. Casi nada salvo el aloe vera, que a día de hoy sigue sin faltar en casa.

Porque fue llegar tras la escapada e ir a comprar un bote enorme con aloe vera, a modo de recordatorio. No aspiraba a trasformar su piel como aquella mujer de ojos cristalinos y pelo de azabache, una piel digna de un anuncio de crema hidratante. Se conformaba con recordar esos ojos y ese pelo cada vez que usara el ungüento.

Y así el bote pasó a decorar el cuarto de baño. Al principio se acordó de usarlo, con veneración casi religiosa, cada día. A medida que el recuerdo de estar con ella dió paso a la necesidad, la necesidad a la impotencia, la impotencia a la riña diaria y la riña diaria al olvido forzoso... El aloe vera fue degradado de rito a algo puramente anecdótico. Cuando pasó la cuarentena y la pregunta insatisfecha del "qué pasó" quedó más o menos resuelta, el olvido pasó a ser recuerdo lejano, purgado eso sí, de todo elemento discordante. Esa fue la salvación del aloe vera que siguió allí...

... y allí estaba cuando sus padres fueron a visitarlo. Y su madre lo probó, quedó tan encantada que decidió adoptar la costumbre como suya propia. Algunos años después todavía recuerda en nebulosa aquellos ojos y aquel cabello, reverdecidos con el tiempo por la asociación con la sustancia natural. Porque aunque aquello no durara más allá de dos planos-secuencia en una película independiente, ella fue la artífice de que el aloe vera entrara en mi vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta. Sigue escribiendo así.

Un abrazo,
Izzy

La Tremolina... dijo...

Oye, si por eso es, mi padre las cría al natural. Cortas un trozo de hoja y te pringas, funciona así. Cuadno quieras dar el paso a lo asilvestrao, me avisas y te regalo una planta.