Un poco aturdido, accedió a la pasarela de desembarque siguiendo al resto de pasajeros. El “hasta luego” de las azafatas le sonó amortiguado, como un eco sordo. Cada vez que viajaba en avión se le taponaban los oídos. Era algo que no podía evitar. Recorrió un laberinto de escaleras y pasillos hasta que de forma inconsciente llegó al carrusel del equipaje. La sonrisa indulgente de la chica del mostrador en Dublín le vino a la mente. Aunque solo viajaba con una pequeña maleta, no pudo facturarla como equipaje de mano. “Reglas de la compañía” dejó caer a plomo la chica, eso sí, sin abandonar la sonrisa. Liam Whitmore habría sido capaz de colarles la maleta. Liam Whitmore había sido capaz de besar a la dulce Isobel Fitzerald aquel verano ante las miradas atentas de Sam Connary y de Kyle O’Neill. El bueno de Kyle O’Neill asintió con sorda resignación ante el codazo de Sam Connary. Con la misma resignación el bueno de Kyle esperaba, veinte años después, a que saliera la dichosa maleta.
Arrastraba la maleta con parsimonia mientras trataba de que el abrigo no se le cayera del antebrazo. Hacía demasiado calor en Madrid para llevar abrigo. Liam le podía haber avisado. Conociendo a Liam, también podría haber mirado la previsión meteorológica. A lo lejos lo divisó. De pie, al lado de un grupo de chóferes portando carteles con diferentes nombres, estaba el viejo Liam, con el pelo concienzudamente desordenado, gafas de sol, jersey, vaqueros, el Times debajo del brazo y la misma sonrisa que lució gran parte de aquel verano que logró robar un beso a la dulce Isobel Fitzerald. Sam adoraba esa sonrisa y Kyle había aprendido, con el tiempo, a identificarla como el paraguas burlón que Liam usaba para protegerse de las inclemencias de la vida. Liam también sacaba a pasear esa sonrisa cuando hacía las veces de anfitrión.
- Kyle, estás horrible. ¿Y dónde vas con ese abrigo? Estás en España, amigo – le espetó mientras le abrazaba con verdadera camaradería
- Ahórrate los cumplidos. En cuanto a lo del abrigo, bueno, digamos que nadie me avisó del calor que hacía por aquí abajo.
Liam se encogió de hombros, se puso las gafas a modo de diadema, cogió la maleta y se dirigió a la salida. Kyle lo siguió hasta el coche.
- Por cierto. ¿No podríamos habernos encontrado en Bilbao?
- Seguramente, pero entonces te perderías lo mejor del viaje.
...(Continuará)
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