(Viene de aquí)
Por fin llegaron al destino. Dejaron el coche en un parking del centro y fueron caminando hacia el hotel. En su primer contacto con la ciudad, Kyle pensó que era agradable. Las calles elegantemente empedradas, la coqueta iluminación y el persistente olor a quemado por todos los rincones - olor a castañas asadas según le había confirmado Liam – le parecieron de un encanto acogedor. Llegaron al hotel, se registraron, dejaron el grueso del equipaje en la habitación y fueron a investigar la ciudad. En la recepción, Liam pidió un mapa haciendo gala de los progresos que casi siete años en el país le habían permitido con el idioma. Tras estudiarlo detenidamente señaló con determinación un punto.
- ¡Aquí! No está lejos. Podemos dar un paseo alrededor y ver un poco, lo que las horas de luz nos permitan. Luego cenamos, vamos a eso y mañana terminamos de visitar la ciudad. ¿Cuándo tienes que coger el avión?
- Dentro de tres días. A las cuatro de la tarde.
Recorrieron las calles del centro acompañados de una ligera lluvia. A cada paso Liam le explicaba alguna peculiaridad de la ciudad, de sus gentes, de las costumbres o de su fiesta grande: los Sanfermines. Visitaron la fachada del ayuntamiento y Liam le habló del txupinazo y de cómo la gente se agolpaba en la diminuta plaza donde se encontraban para oír las palabras rituales que daban inicio a las celebraciones. Recorrieron el itinerario que los toros y los corredores hacían. Hablaron de Hemingway y de cómo éste había puesto en el mapa aquella ciudad para la mayoría de los angloparlantes. Eligieron un restaurante al azar y se entregaron con pasión a la degustación del vino y los manjares de la tierra. Liam volvió a tirar de sapiencia e ilustró a Kyle con particularidades de la situación política en la región. Kyle por su parte puso sobre la mesa el tema de las corridas de toros, lo que él consideraba maltrato a animales, y la estúpida pasión humana por correr riesgos innecesarios.
Liam sonrió, soltó el decálogo del amante de la fiesta taurina dejando claro que su posición era ambigua al respecto y acabó por alabar la belleza de las mujeres del norte de España. Cada conversación era regada con generosidad por vinos elegidos de la carta. El homenaje acabó con una copa de patxarán por exigencias del icónico anfitrión. Pidieron la cuenta y se marcharon. El fresco de la noche les despejó un poco mientras, con pasos etílicos, caminaban poco a poco hacia la plaza de toros.
(Continuará)
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