Llevo una temporada con el sueño cambiado. Me despierto a deshora (4, 5, 6 de la mañana) y no soy capaz de reconciliarme con la almohada. En esta tormentosa relación de los últimos tiempos, a veces la almohada me acuchilla con delgadas pesadillas o ensoñaciones traicioneras, como hace un par de días. Eran las 6 y me desperté de sopetón, abrazado a la ingrata almohada y con una extraña sensación de vacío. En el fino velo que separa el sueño de la realidad tuve la certeza de que alguien faltaba en la cama. Me sentí como un amante entregado que despierta con la cálida necesidad de encontrarse con unos ojos, con el tenue perfume de un cabello ondulado, con el cómplice diapasón de una respiración ajena y relajante... y que por el contrario se topa con las huellas de una presencia convertida en ausencia apreciable por las caprichosas dobleces de la sábana. La mayoría de los días no recuerdo lo que he soñado, pero eso no impide que me autoexpulse de la cama, apremiado por un absurdo deseo de "hacer algo" (mandar curriculums, crear discursos incoherentes con los que decorar este blog, leer la prensa cada día con más desdén y, por supuesto, seguir tramando un plan de escape viable).
Últimamente coincido con Asane en el msn y comentamos la actualidad a lo desayuno informativo. Muchas veces a uno le tienta comentar esa misma actualidad por aquí, pero luego se plantea la utilidad de eso y sale que no merece la pena. No, no merece la pena hablar de política o de deportes o de conflictos internacionales. Cualquier otro lugar de internet ofrecerá siempre un análisis más preciso o una opinión más completa que la que yo pueda ofrecer. Una opinión a medio forjar es lo último que la blogosfera necesita, que la sociedad necesita. Bastante opinadores indocumentados hay por el mundo para que otro más lo haga. No se engañen, siempre he tenido vocación de opinador profesional, pero es que hay tanta competencia: redes sociales, foros, blogs, comunidades de usuarios... Si a ello le añadimos que los medios de comunicación ya no informan, opinan (desde el caso más claro de Iñaki Gabilondo hasta cualquier otro informativo más "objetivo"). En la sobremesa de mi casa mis padres y mi hermana también opinan. Todo el mundo opina sobre todas las cosas, la mayoría de las veces sin tener ni puta idea y a nadie parece importarle. Este razonamiento debería darme libertad absoluta para usar el blog como tribuna de opinión particular (de hecho, es lo que estoy haciendo ahora mismo) pero me da terror pánico el opinar por opinar sobre temas serios. Incurable miedo al ridículo lo llaman.
Ahora solo espero que la cabrona de mi almohada no lea mi blog a hurtadillas mientras abandono el ordenador para ir, por ejemplo, al baño. Solo la posibilidad de tener una pesadilla en la que me veo obligado a opinar sobre las causas de la pobreza extrema en Haití o el sueldo de los controladores aéreos es motivo suficiente para sacarle a uno de la cama a las 5 de la mañana; un golpe aún más bajo que traer a la memoria exes superadas mediante imágenes oníricas... Si al menos me diera por salir a correr, pero ni por esas.
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