martes, 26 de enero de 2010

Oportunidad perdida

Me he levantado con dos antojos: escuchar Led Zeppelin (que ahora mismo suena, tengo puesto el disco Houses of the Holy mientras dejo que las palabras se deslicen por mis dedos hasta llegar mediante ciencia infusa a materializarse en la pantalla) y escribir sobre el programa 21 Días justo después de su "controvertido" (y aquí uso comillas para enfatizar la ironía de la expresión) "reportaje" sobre el porno. Vayamos por partes.

En primer lugar, 21 días de Samantha Villar suena sospechosamente a remake ibérico del sensacional 30 Days de Morgan Spurlock (tuve ocasión de ver dos o tres reportajes del celebérrimo director de Super size me durante mi estancia en Canadá y es un programa bastante recomendable). Las primeras propuestas de Samantha Villar me atrayeron y he de reconocer que las seguí con verdadero deleite, siendo consciente en todo momento del marcado carácter sesgado y personalista que la periodista imponía a cada personaje. Con más o menos acierto, Villar ha ido "fusilando" temas que suelen figurar entre el elenco de problemas que, en teoría, preocupa a nuestra sociedad. Mientras programas como Callejeros venden un supuesto objetivismo que no es tal, Villar estampa en cada reportaje su rostro, sus reflexiones en voz alta y sus acuosos accesos de culpabilidad.


Por alguna conversación mantenida con compañeros del gremio, la figura de Samantha Villar suscita sentimientos contrapuestos. En un principio se alabó su labor para luego criticarla amargamente por el marcado carácter sensacionalista de sus enfoques y, sobretodo, por la supuesta participación con la consiguiente grabación de un robo dentro del programa, amén de acusaciones de manipulación en sus reportajes. Llegado este punto he de aclarar que cuando un grupo de periodistas critican la labor de otro profesional suele haber un componente de celos, rencor e impotencia tan grande que es conveniente tamizar los argumentos esgrimidos, aunque se compartan. Los periodistas somos mercenarios, perros de presa a los que se nos cortan las orejas y el rabo antes de poder ejercer. Los periodistas somos gladiadores mutilados que no dudamos en descuartizar a cualquiera para deleite de los pudientes que nos pagan la comida. Por supuesto, ningún periodista reconocerá esto y me tildará de amargado. No le faltará razón...

Decía que, pese a las críticas que a menudo se acercan demasiado a la verdad, a mí Samantha y su programa me provocan cierto morbo. La Villar (me) da (mucho) morbo, ella lo sabe y lo explota de mejor o peor forma en cada reportaje. En el último de ellos, de forma escandalosa. "Porque no es lo mismo vivirlo que contarlo (...)" la reportera catalana de 34 años vendió un supuesto affaire con el porno que culminaría con su plena participación en una escena. Reclamo suficiente para sacarse cierta la parte y esperar pacientemente el desenlace de las tres semanas (en un decir que, me temo, en algún hogar se reprodujo literalmente). A lo largo de los 21 días la Villar convivió con personalidades del porno patrio como Dunia Montenegro, Nacho Allende "Torbe", Totó García o Max Cortés.

Evidentemente la Villar no se involucró activamente practicando sexo con profesionales, al menos no delante de la cámara... Algo que era de prever. El reportaje finalizaba con la grabación como cámara/directora de una escena porno. Samantha perdió la oportunidad de darle una vuelta de tuerca mayor a su fama como periodista-cobaya, los fans perdieron la oportunidad de contemplar los encantos naturales que acompañan esos profundos ojos oceáno-pacífico, pero sobretodo, la Villar perdió la oportunidad de convertir un reportaje repleto de manidos y estereotipados lugares comunes en un reportaje digno con un enfoque diferente.



¿Por qué digo esto? Fácil. Salvo un gesto mínimo con Max Cortés, Samantha Villar fue incapaz de hacer aflorar la parte humana de ninguno de los "personajes" de su vodeville pornográfico, en ningún momento trascendió la superficialidad que se le presupone al medio y resolvió un mundo complejo lleno de claroscuros con la serie de consabidas presuposiciones que Samantha suele proferir autograbándose cámara en mano en modo nocturno.

Por todo ello, como particular interesado en la industria del porno más allá de generador de contenidos masturbatorios, quedé profundamente decepcionado. Tras haber visto programas como Porno Valley o Webdreams (reality-documentales que siguen la vida de trabajadores del porno de California y Canadá respectivamente), el último 21 días no cubrió ni el 10% de mis expectativas.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola desde el profundo Toledo, aquí una colega del medio que comparte tu opinión sobre las críticas al formato de 21 días. Sin duda la envidia y la impotencia son el eje central de esas duras acusaciones periodísticas (que por cierto tb comparto)y que dejan a Samantha como una vendedora de mercadillo que anuncia a bombo y platillo cualidades que sus productos no cumplen.
Cierto es que cuando empezó éste original programa me quedé alucinada con la valentía de ésta mujer, al principio ignoré conscientemente la manipulación perversa de la realidad.
El mejor 21 días sin duda ha sido “21 sin comer”, y fue porque sí me creo que cumplió con la promesa, el más conmovedor “21 días en la mina” un relato que me dejó en shock. Y fue justamente en éste programa dónde la “Villar” me decepcionó del todo, qué es eso de que vas a Morococola a trabajar bajo la mina durante veintiún jornadas y la primera de ellas te vienes a bajo (nunca mejor dicho) y dejas el trabajo de campo, sin palabras…..
Y ayer 21 días me dejo peor todavía, yo ansiosa en el sofá esperando esa escena porno que incluso imaginaba que sería con otra mujer porque a Samantha se la ve muy fina y los hombres del porno son demasiado pa ella, y de nuevo gran manipulación.

Samantha debería tener en cuenta que cada día son más los que saben que los presentadores del informativo no se saben de memoria lo que dicen…...

Sólo nos queda esperar al próximo 21 días, los grandes dependientes, otro punto débil de nuestra sociedad.

La Tremolina dijo...

Yo no soy periodista.
Ni lo quiero ser.

Y a mí la Villar no me resulta periodística, sino teleshow estándar a secas. Y sólo como tal género podría juzgarla. Si eso es a lo que ustedes aspiran, igual es que no le llamamos periodismo a lo mismo.
Que también puede ser.

Txetun: dijo...

Tremo, planteas un curioso debate enquistado en la profesión: ¿Qué es periodismo? y sobretodo ¿quién es periodista?

El planteamiento inicial de "la Villar" es periodístico: tratar un tema en profundidad. El lenguaje de la Villar es periodístico (reportaje de actualidad). El resultado final es teleshow/reality. Modestamente podríamos analizar la estructura de un reportaje/documental y los "teleshows" de Samantha y veríamos claras diferencias que acabarían por darte la razón. Samantha Villar es periodista porque estudió periodismo y trabajó como periodista muchos años, y por estos ejercicios de autocomplacencia no la voy a quitar el título...

Ahora bien y ahondando en la llaga: ¿Es periodismo los chascarrillos jocosos de Matías Prats? ¿Es periodismo el "periodismo deportivo" o "el del corazón"? ¿Es Iñaki Gabilondo un buen periodista cuando lo único que hace es verter unos hechos profundamente contaminados con su opinión? En definitiva: ¿existe el periodismo hoy en día más allá de un riguroso género documental?

Porque si lo piensas bien, hoy en día los Informativos tienen mucho de la Revista de variedades de antaño: Niñas monas y señores viejunos dando paso de forma casual a una serie de actuaciones cada cual más sorprendente y maravillante para entretener al personal. :-/

La Tremolina... dijo...

La Villar no es periodista desde el momenot mismo en que el producto que vende y en el que se regodea es meramente su persona. En ese punto, el periodista deja de ser periodista para ser producto. Nada en contra de ello, todo muy loable y muy en boga, pero no variemos los sustantivos. Porque lo que é, é.

Anónimo dijo...

La Villar Sí es periodista, 21 días es un formato nuevo de televisión, creo que necesario en la parrilla. Claro que no es puro periodismo, pero es que ya no hay de eso. Es más, a los periodistas nos llenan la cabeza con ideales que no existen, utopías de una profesión poco valorada.
Lo único que le falta a 21 días es más sacrificio por parte de Samantha, que lo viva de verdad y menos ayudantes de producción, cámaras, asistentes, etc. A este paso será lo mismo que ese programa de un tío que pasa penurias en la naturaleza, que se bebe su propia orina, sí el señor que vive la aventura de lo salvaje con treinta tíos detrás.

Txetun: dijo...

Entonces, entre Gabilondos, Pratts, "Sexteras", Piqueras y demás, la noción de periodismo como tal no existe...

Que hasta las piezas cortas de informativo se firman, influencia de la escuela británica. Hace no mucho esto no era así.

¿Podríamos considerar los periódicos como el último reducto del periodismo? Ah, no, espera, que desde que están "apadrinados" por grandes corporaciones o formaciones políticas deberían llamárseles PROPAGANDA o PUBLICIDAD.

Debería abrazar los preceptos de una que fue amiga una vez y que ya no lo es tanto y hacerme granjero (para luego salir en un reality buscando esposa y ¿acabar presentando un informativo?)...

Anónimo dijo...

Txetun, creo que el periodismo que se enseña en las universidades no existe.
Que los presentadores de informativo deben ser presentadores.
Que la prensa escrita solo sirve para tapar el suelo cuando pintas en casa.
Y en cuanto a la presentadora de granjero, no conozco su trayectoria pero ahora ejerce de presentadora, no de periodista.

Txetun: dijo...

Totalmente de acuerdo...

Pero entonces: a) Por qué se enseña ese ideal de periodismo en las universidades y b) Por qué los presentadores se presentan a sí mismo como "periodistas"...

En cuanto a los periódicos, también valen para envolver bocadillos, fabricar notas de secuestro, limpiarse salva la parte cuando no hay higiénico y, por supuesto, para hacer pasta con la que hacer manualidades. :)

analguacil dijo...

Porque en las universidades nunca se enseña nada útil.
Y porque todavía no existe el título de presentador.

La Tremolina... dijo...

En la percepción que de ella tengo, esa facultad, en la que creo que también habitó Txetun, consistía en la repetición ad infinitum de asignaturas cambiadas de nombre a fin de que sus amos y señores tuvieran algo que hacer, en esa cátedra desde la que manejaban formaciones a su antojo. A mí me gustó el 1º y único año que pasé allí. Según mis allegados, sacados de esa facultad en su mayoría, debió de ser el único, porque al parecer después no resultó más que una decepción detrás de otra.
No se les puede tachar de frustrados: todos ellos trabajan en medios de interés y hacen cosas que les gustan. Pero si se trata de hablar de la facultad, echan pestes.

Yo, por mi parte, volví después a esa facultad a hacer un posgrado. Lo que aprendí, me gustó. Pero, sobre todo, lo que aprendí de aquellos que no eran docentes de profesión. Ni periodistas. Y es que yo no sé por qué pero el gremio periodístico tiene una especial facilidad para entregarse con furor al egocentrismo -un egocentrismo que, en muchos casos, no se ve justificado de ninguna forma-.

Y ahora es cuando todos los periodistas que hay aquí me ponen tres velas negras.