Señoras y señores, ya he vuelto. Tras un no-todo-lo-gratificante-que-esperaba fin de semana en Madriz, retomo mis obligaciones a lo folclórica para con mi público.
Como les decía aquí atrás, mochila en mano me adentré en la jungla de asfalto por excelencia de la península Ibérica con la excusa del fin de semana japonés. La motivación real era el encontrarme con una serie de amigos, entre ellos ex-compañeros de la tele en Toledo con los que desde el principio conecté por afinidades. Desde el jueves hasta el domingo dormí en la casa de mi tío, en la habitación donde pasé los cuatro años de carrera. Una de las cosas que me sorprendió fue toparme con algún vestigio fisico de un pasado cada vez menos reciente que transcurrió en Madrid.
Seis años y algunos meses de vida en la capital provocan un fenómeno curioso cada vez que vuelvo de visita: es caminar por sus calles y rincones, posar mis ojos sobre elementos concretos y, como el puntero que señala elementos de una pantalla de ordenador, comenzar a surgir menús emergentes cargados de recuerdos. Ahí emerge el primer beso de una ex, allá una noche en vela apurando uno de los exámenes más complejos de la carrera, por aquí una de cervezas y de risas con los amigos y conocidos que interpretaban papeles principales o secundarios en la comedia ligera real que protagonicé con veintipocos. El jueves sirvió para despedirme de una gran amiga que se pira - otra más - al oriente de Europa a buscarse la vida - insisto, M., llévame contigo!!!. El resto de la tarde, cuando los nervios de su inminente viaje nos privaron de M., estuve con una mujer que estará asociada en mi subconsciente para los restos con una finca de melones de Villaconejos, unas ranas fumadas y el café con helado (caprichos del subconsciente).
El viernes me falló el plan y estuve todo el día con mi tío. Un hombre peculiar el hermano de mi padre. Algún día alguien debería escribir un libro sobre él. Algún día.
El sábado Mr. B. Miss N. y dos amigos de B. nos acercamos al Madrid Japan Weekend - o, lo que es lo mismo, una especie de convención friki donde los amigos de anime, manga y demás compartieron gustos, aficiones y su amor incondicional por estos géneros japoneses que tanta influencia han tenido en la cultura posmoderna.
Actividades como karaoke de canciones japonesas, para-para, cosplay, modelismo, shogi... en un recinto bastante pequeño y rodeado por puestos de merchandising vario. Ignoro la afluencia, pero puedo decir que en más de una ocasión hubiéramos deseado que la mitad de la gente se hubiera quedado en casa (o que hubieran elegido un lugar más amplio para albergar el evento). Siempre me provoca envidia sana el contemplar gente con una pasión tan sana por una afición cualquiera, a la que dedican tiempo y esfuerzo y con la que pasan un buen rato. Independientemente de las reacciones típicas que uno suele soltar en estos casos (del tipo: "qué friki que es la gente"), hay que reconocerles su mérito. ¡Y qué carajo! Tendríais que ver las caras de auténtica felicidad que allí se podían contemplar.
Un fin de semana algo friki que pasé en su mayor parte con gente a la que echo de menos desde que cambié, quién sabe por cuánto tiempo, de ubicación. Como lunar citar esas otras personas que me hubiera gustado ver, pero que ellos sabrán por qué al final no pudieron quedar conmigo.
2 comentarios:
Buenos días,
Me quedo con la lista de "algunas propuestas de lectura". ¿Algunas? Y todo clásicos, lo que me hace pensar en unos 40 principales. ¿De donde sale esta lista? Tuve una profesora que el primer día de clase nos pasó una lista con el título 100 libros de todo filólogo debe haber leído (o algo así, los años no perdonan), los títulos abarcaban desde La ilíada hasta Tiempo de silencio, de Martín-Santos. Terribles recuerdos...
Cuídate,
Jafuda
Esa lista me la dió un profe de la facultad, un tipo al que yo llamaba cariñosamente "Satán" (porque, entre otros, me recordaba a Salman Rushdie al que siempre asociaré con Chamchawala y Los Versos Satánicos). Te puedes hacer una idea.
Pero analizando la lista, de lecturas recomendables, te sorprenderías. Dos pinceladas: el tipo nos hacía escribir un relato de una cara cada semana para exprimir nuestro talento y me colocó una matrícula por mi forma de escribir y no por lo que me había aprendido de memoria.
Habrá que reconocerle su mérito.
Un abrazo!!!
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